domingo, 30 de diciembre de 2012

Columnistas y peluqueros

Ha sido éste un año de cambios trascendentales. Por ejemplo, mi cambio de peluquero. El actual se llama Rocco, y me fío de su talento desde que vi con qué salero combinaba su zidanesca alopecia con unas greñitas y un cuidado ciuffo (léase chufo: flequillo-una de esas palabras de las que prefiero la versión italiana). No hablo de él sólo porque me apetecía dejar por escrito esta descripción, que también, sino porque ayer fui a verle y, entre unas cosas y otras, agotados ya los temas de conversación habituales (fútbol, mujeres, arsenales nucleares), acabamos hablando de política, y en ese contexto Rocco me expresó sus sinceros deseos de que este 2013 una plaga se lleve por delante a la clase política y, de paso, al actual gobierno, empezando por Monti. Bravuconadas como estas han sido siempre habituales, aunque me queda la duda de si últimamente lo son más: en cualquier caso la encajé como la encaja cualquier persona normal, consciente de que al peluquero uno va a que le recorten el ciuffo y no a intercambiar impresiones sobre cómo regenerar la democracia. Lo raro sería que un peluquero se expresara como un sesudo columnista, pero lo que empieza a ser menos raro es que los sesudos columnistas se expresen como un peluquero. Si la crisis está siendo dura con varios colectivos, con los columnistas está siendo sencillamente devastadora. Así, ha sido una experiencia habitual este 2012 encontrarse con columnistas que uno tenía por finos e inteligentes descolgarse con textos faltos de la más elemental ponderación, que en el mejor de los casos denotan simplismo, y en el peor una alarmante deshonestidad intelectual. Habrá que ser indulgentes: estar obligado a opinar de todo y regularmente, especialmente en la desconcertante coyuntura actual, debe ser difícil. Pero mucho me temo que, de seguir así, acabaremos prestando menos atención a nuestros columnistas que a nuestros peluqueros. Si es que no lo hacemos ya.

sábado, 15 de diciembre de 2012

Joder con la naturaleza humana

La lectura del año ha sido The Blank Slate, de Steven Pinker. Tan bueno es, que debería empezar este texto imitando lo que decía Cercas a propósito de Bolaño y, si no lo han leído, decirles que dejen inmediatamente de leerme y salgan corriendo hasta la librería más cercana y que se hagan con dos ejemplares ahora mismo (uno para su inmediata lectura y uno de reserva, por si las moscas). El libro de Pinker esencialmente cuenta cómo la ciencia está cambiando nuestra visión de la naturaleza humana y el mensaje fundamental es el siguiente: no somos una tabula rasa, sino una mezcla de nature (genes, o, actualizándolo a 2012, genes y DNA no codificante) y nurture (nuestro entorno, la educación). El resultado es que nuestra naturaleza es tozudamente imperfecta, y la consecuencia política es clara: en muchas ocasiones no tendremos más remedio que encontrar compromisos entre valores, por ejemplo entre libertad e igualdad, porque nunca podremos ser como el Hombre Nuevo que anhelan los totalitarios. Y es en ese terreno donde debería situarse el debate político racional, en la búsqueda del compromiso más razonable. Pinker sostiene además que el éxito del capitalismo o de nuestros Estados de Derecho se debe a que son sistemas que tienen en cuenta nuestras imperfecciones, como nuestros impulsos egoístas o vengativos, y por eso logran compromisos mejorables, pero razonables, que los han hecho exitosos. Hasta que se nos ocurra algo mejor, o hasta que logremos entender en toda su profundidad las soluciones mágicas que nos proponen insistentemente los gurús pero que de momento - ay- nos parecen intolerablemente romas, no tenemos nada mejor para ir tirando.

Pensaba ayer en Pinker (como creo que me ocurrirá muchas veces en el futuro) mientras volvía a casa leyendo El Sueño de Celta, en concreto la parte donde se describen las atrocidades cometidas a inicios del siglo XX en la amazonia del Perú por la industria cauchera. Episodios todos ellos espeluznantes, quizás más por la credibilidad que le doy a Vargas Llosa (¿quién más creíble que un férreo defensor del libre comercio para explicarnos sus abusos?). Los relatos del terrible sufrimiento infligido a los indígenas son ejemplos de cómo se puede desenvolver el animal humano allá donde no llega la ley, o mejor, allá donde no hay contrapesos que puedan frenar nuestros peores impulsos... pues bien, en esto pensaba yo hasta que llegué a casa y abrí con indolencia de viernes la web del periódico y me encontré con que un tipo de Connecticut había matado a veinte niños, uno detrás de otro. Siete adultos, sí, pero también veinte niños. Uno detrás de otro. Ante noticias así, pensé, da igual lo aprendido leyendo a un agudo profesor de Harvard, o haber sabido gracias a un hábil novelista de las atrocidades cometidas contra los indígenas del Putumayo. Yo, al menos, no doy más que para una reflexión: Joder con la naturaleza humana.

sábado, 8 de diciembre de 2012

La página de El País siempre abierta

Concluida la reunión salimos a tomar el fresco A. y yo con N., un viejo amigo mío al que hemos ido a visitar a Lausanne. Hablamos entre otras cosas del impresionante edificio Rolex,  que según N. es una gigantesca broma de los arquitectos japoneses que decidieron darle forma de loncha de queso Emmental. Y le pregunto cómo es su vida a caballo (o más bien, en ferry) entre dos países, porque N. vive en Francia, al otro lado del lago. Me dice que en verdad está más informado de lo que pasa en España que de lo que ocurre en sus países de acogida, y le contesto que a mí me pasa exactamente lo mismo. "Como Sámuel, siempre con la página de El País abierta", interviene A., y hago notar jocosamente a N. que ha dicho El País y no El Mundo, acaso en contra de lo que pudiera pensar un silencioso lector de este blog como él (aprovecho para mandar un saludo a esa - apabullante, lo sé- mayoría silenciosa). 

Porque sigo leyendo El País, claro. Por ejemplo para cabrearme con Millás, que sigue escribiendo esas columnas campanudas suyas en las que equipara al Estado con las mafias y que está pidiendo a gritos que le organicen un encuentro con Saviano para que le explique la diferencia. O para cabrearme con un Editorial que invierte un párrafo entero en criticar el mejorable intento de Wert de corregir el absurdo lingüístico en los colegios catalanes,  olvidándose de la intolerable actitud de los partidos nacionalistas que están dispuestos a saltarse la ley con tal de mantener en pie ese absurdo (como llevan haciendo años con las sentencias del Supremo).  Pero no todo son cabreos, gracias en parte a sospechosos habituales como Savater quien, con esa combinación insuperable de ironía y ligereza suya, nos advirtió hace poco del imparable ascenso de los mentecatistas (buen nombre para una secta). O gracias a Félix Ovejero, probablemente la voz más atendible de la izquierda española (y que en Cataluña, naturalmente, apoya a Ciutadans), que hace poco recordaba razonadamente cuál es el sentido de una huelga general. En definitiva, merece la pena tener la página de El País siempre abierta, aunque sea para poder aprovechar la ocasión de comentar lo leído con N. tomando un vin chaud.

jueves, 29 de noviembre de 2012

Bersani - Renzi a vuelapluma

Ayer vi el Bersani-Renzi. Difícil decidirse aunque para qué, si yo no voto (de momento). Ganará Bersani porque es el hombre del partido y tiene virtudes importantes, como su amplia gestión, su indudable temple y su sentido de la responsabilidad, del que ha dado prueba apoyando a Napolitano y a Monti. Lo que menos me gustó fue su insistencia en la necesidad de abrirse a la izquierda (Vendola) y al centro católico (con el veleta Cassini), los dos flancos por los que fueron derribados los dos últimos gobiernos de Prodi.

De Renzi me gusta su rotundidad y su claridad, cualidad que suele ir de la mano (ay) con que las almas blancas te consideren de derechas. Pero detecto en él una tendencia al eslogan que me rechina. De nuevo usó la palabra startup y hubo un momento impagable en que sacó una portada del Economist de 2005 en la que se decía que Italia ya era entonces un problema (para argumentar, como él suele hacer, que en Italia las cosas se han hecho mal los últimos años y el centro-izquierda tiene algo que ver). Pero vamos, será primer ministro de Italia en el futuro, una vez que pase la década de líderes de perfil bajo que necesita este país para curarse del berlusconismo (como poco). 

Los dos hablaron de unos futuros "Estados Unidos de Europa". Ninguno habló de los derechos de las parejas homosexuales.

Actualización: Argh, esto me pasa por escribir a vuelapluma: Me comenta un colega (al que el tema le afecta directamente) que los candidatos dedicaron al tema gay los últimos instantes: Bersani, a favor de una ley a la alemana; Renzi, más derechos sí, pero de la palabra matrimonio o de adopción ni hablamos. El joven renovador en el fondo todavía es un scout: la maldición de Italia.

martes, 27 de noviembre de 2012

Un domingo, dos elecciones.

Este blog va al ritmo que va por varios motivos, pero por uno principal: para escribir una entrada generalmente no necesito un tema, sino dos (por lo menos), y lo que escribo básicamente plasma mi "proceso-de-dejarme-los-cuernos" para intentar hilvanar una conexión decente. Últimamente me han pasado por delante de las narices temas razonablemente hilvanables, pero lo que me ha faltado es tiempo para ponerme con ello. Sin embargo,  anteayer leí a Juan Goytisolo en El País y me dije: ¿por qué no emularle y escribir una entrada picoteando varios temas? Las ventajas son múltiples: puedes dar rienda suelta a la ironía e incluso ponerte metafórico, el género te evita tener que entrar en engorrosas profundidades  y, aprovechando la confusión, puedes dejar caer de rondón alguna pequeña miseria como que no te cae del todo mal el tirano El Asad, ese dique antioccidental, y seguramente nadie te lo reprochará.  Todo son ventajas. Pero quizás sea mejor dejar estos batiburrillos a especialistas como el propio Goytisolo o Manuel Rivas y hacer lo de siempre. Hablemos, pues, de las dos elecciones de ayer, intentando hilvanar el asunto un poco.

De las elecciones catalanas extraemos una conclusión principal: que el Padre Fundador Mas no tiene toda la fuerza que se requieren para abrazarse con su pueblo, con lo que tiene que cansar eso (ya cuenta el Rey que pasarse la tarde apretando manos es extenuante, así que imagínense). El tema resulta tan coñazo que yo ya he optado por dar rienda suelta a mi verborrea en los foros de la prensa internacional y así, por lo menos, pulo mi inglés. Y haciéndolo creo que he descubierto por qué tantos catalanes quieren separarse de España, porque pocas cosas me han convencido más de que  Catalonia is different que la proporción tan alta de partidarios de la secesión que encontré en los comentarios del Economist. Pero no nos engañemos: aunque uno se vaya por ahí, al final se repiten los patrones de siempre: por un lado están los convencidos de ser un pueblo oprimido, con los que sólo puede uno intentar razonar si tiene mucho tiempo libre, y luego están los que critican la "contraproducente" cerrazón mental de los que no se pliegan a las exigencias nacionalistas, sin ver que tan contraproducente es no dedicar ni un segundo a criticar la cerrazón de los que plantean exigencias a las que otros hemos de plegarnos. Pasado el 25N, en fin, queda claro que frente al coñazo nacionalista no hay milagros y no queda más remedio que aplicarse a un tarea igual de coñazo: la de desmontar la provinciana, egoísta y reaccionaria fábula nacionalista.

También fue ayer día de elecciones en Italia, donde se elegía al candidato del Partito Democratico a las elecciones, que por extensión será un candidato claro a liderar la Italia post-Monti. Eso será si en el post-montismo no está el propio Monti, porque cuando se le pregunta últimamente por el tema al primer ministro se le pone tono de oráculo que, naturalmente, hace que cualquier predicción sobre este asunto resulte poco fiable. Ganó el Secretario General (con mayúsculas de excomunista) Bersani, que es tan chispeante como Monti si al excomisario europeo le quitamos la ironía British, y quedó segundo el alcalde de Florencia Renzi, que si no fuera porque es un boy scout resultaría casi creíble con su discurso startup. Se medirán en la segunda vuelta el próximo domingo, y he leído por ahí que al primero lo votarán los que prestan atención a las instrucciones de seguridad en los vuelos, y al segundo lo votarán los que aplauden cuando el avión ha tocado tierra.  Lo que necesita Italia, vamos: veremos qué pasa. Lo que está claro es que aunque en ocasiones, como este domingo, los líderes quizás no estén a la altura de lo que les exige la Historia, no hemos de perder la esperanza en la capacidad de los pueblos - del catalán, del italiano, del padano o de cualquier otro de los pueblos de Europa- para superar las mediocres circunstancias políticas y las rigideces  normativas del sistema, encontrando resquicios a través de los que poder dar salida a su creatividad.


sábado, 10 de noviembre de 2012

Obama y las zonas de sombra


Al final ganó Obama, seguramente gracias a tanto ilustre endorsement, aunque hay quien sostiene que el que inclinó la balanza fue el mío (lanzado al Universo poco antes de entrar en mi apacible invierno tuitero). Podría decir que mi endorsement está basado en los logros del presidente demócrata en distintos campos, pero en realidad se debe fundamentalmente a uno: que Obama no sólo ha escrito varios libros, sino que ha conseguido que me lea uno de ellos, The Audacity of Hope. Recuerdo que lo compré en un aeropuerto de EEUU en 2009, cuando la obamamanía empezaba a declinar (yo, como siempre en la cresta de la ola). Lo leí en un santiamén, y esto es lo que dejé en mi diario de lecturas al respecto (ojo a lo campanudo que me pongo cuando me dirijo a mí mismo):

"...de esta obra autobiográfica emerge la figura de un hombre dispuesto a afrontar los problemas con honestidad, capaz de ver las debilidades de sus propios argumentos y la fortaleza de los que usan aquellos con los que  habitualmente discrepa, que tiene un inequívoco afán por basar sus decisiones en el sentido común (y en argumentos cuantitativos si es posible) porque entiende que éste es el único modo de afrontar los problemas de un mundo tan complejo como el nuestro. Un racionalista, vaya..."

¡Un racionalista en la Casa Blanca! No se trata sólo de que sea un hombre cultivado, como señala Arcadi (a quien le asoma por las costuras el socialdemócrata que lleva dentro cada vez que habla del amigo Barack Hussein): creo que uno puede saberse los clásicos grecolatinos al dedillo y sin embargo ser totalmente incapaz de mantener un debate medianamente racional sobre cualquier argumento. Del mismo modo (poniendo un ejemplo provinciano) uno puede saber un porrón de la Guerra Civil española, de la preguerra y de la posguerra  y al mismo tiempo ser incapaz de entender que se le pregunte a un aseado parlamentario izquierdista de una de las regiones más ricas de España por su apoyo a un posible proceso de secesión y no tanto por los recortes, cuando esa secesión necesariamente provocaría más recortes o cosas peores. Basta seguir de cerca a estos opinadores profesionales para convencerse de que la capacidad de argumentar siguiendo los principios de la Lógica, siendo coherente con las propias premisas y reconociendo que los propios razonamientos tienen zonas de sombra que nos obligan a considerar otros puntos de vista, no está tan extendida.  

Cómo se entrena esa capacidad, si es que puede entrenarse, no lo sé. Quizás el mejor entrenamiento es enfrentarse a opiniones inteligentes distintas a las nuestras, como sostiene el amigo Tsevanrabtan. En cualquier caso es una cualidad deseable, especialmente para alguien que debe tomar decisiones de las que dependen las vidas de millones de personas. Y yo, desde que leí The Audacity of Hope, creo que Obama sí la posee. Y creo que para convencerse de ello no hace falta leer su libro: basta escuchar alguno de sus discursos y notar que  siempre suelta algún mensaje que parece pillar con el paso cambiado a su audiencia. Ahí está implícito el valioso reconocimiento de que sus propias ideas son mejorables, de que en ellas existen zonas de sombra.

lunes, 5 de noviembre de 2012

Derby d'Italia

De entre los innumerables derbys que hay en Italia, que acaso son reflejo de aquella Italia de pequeñas guerra intestinas de la que habló Maquiavelo, sólo uno es el derby de Italia y es el Juve- Inter. O dicho de otro modo, i gobbi contra i bauscia. Merece la pena detenerse en estos motes. Al parecer los de la Juve son gobbi por unas camisetas que lucieron  hace décadas y que al correr se abombaban por la espalda, dando a los jugadores apariencia de jorobados. La historia no me convence. Mi teoría es que el mote ha calado porque la chepa, como sabemos desde Andreotti (o sea, desde hace siglos), es rasgo de conspiradores,  y si de algo tienen fama la Juve (desde mucho antes de Moggi) es de ser tratada sospechosamente bien por los árbitros. Los del Inter, por contra, son bauscia por ser milaneses: el bauscia es ese hombre hecho a sí mismo típicamente milanés, que inevitablemente es un tanto bocas. Bauscia es el tiffoso, no así el principesco Moratti, con sus melenita (¡ligera pero estática!) de aristócrata y su piñata robusta y blanca como el mármol de Carrara, un hombre que hacía equipos de playstation cuando la playstaton aún no existía y que tuvo la idea genial de fichar a Mourinho para que cumpliera su destino manifiesto y nos evitara la afrenta de ver al Barça levantar una Champions en el Bernabeu.


Por Moratti, pues,  somos del Inter. Y por eso me alegré de la victoria de ayer, la primera importante tras una larga depresión postmourinho. La Juve llegaba con cuatro puntos de ventaja tras 49 partidos imbatida: una temporada y pico avasallando con su juego, que consiste en que Pirlo mande pases milimétricos hacia los que siempre corre alguien. El Inter es un equipo a medio hacer, con algunos jugadores jóvenes y con un Cassano cada día más currorromero pero, amigos, se plantó ayer en Turín con su columna vertebral argentina intacta: mi tocayo el rocoso Samuel, el mítico Zanetti con sus pantalones cortos de jugador de otra época (que es exactamente lo que es), el pícaro Cambiasso y "el príncipe" Milito, junto a la nueva adquisición, Palacio, un argentino con trencita. Así que, tras el primer gol de la Juve, que partía de un clarísimo fuera de juego que a alguien le habrá costado una chepa, y superada la zozobra inicial, empezaron a tomar el control del partido de un modo admirable, dando una lección de fútbol canchero, con ese punto competitivo de los argentinos que uno siente cuando ve a Milito celebrar los goles cerrando los puños. Un doblete del incombustible goleador y la puntilla de Palacio sirvieron para abrir un scudetto que muchos consideraban visto para sentencia. Garantizando, de paso, que esta temporada todavía nos queda por ver otro buen derby d'Italia.

domingo, 21 de octubre de 2012

Jesús Ferrero, once años después

Un domingo de octubre de hace once años mi padre me acompañó a tomar el tren Goya para París, adonde iba a estudiar por un año.  No sé muy bien quién era yo por entonces, pero sí recuerdo llevar conmigo una imagen mental de mi ídolo de juventud, Henry Miller, paseando en sombrero y gabardina por la orilla del Sena. Desconozco el origen de esa imagen, de hecho ni siquiera tengo claro que  Miller usara sombrero y gabardina ni que le gustara pasear, pero sí tenía claro que se había hinchado a follar en París, y quizás eso es lo que me había llevado a estar ese domingo en el andén del tren Goya.  Avanzando por el andén nos cruzamos con un tipo que vestía sombrero y gabardina negras, y mi padre me dijo que era Jesús Ferrero. La afirmación me resultó chocante (por eso la recuerdo) porque jamás me había hablado de él. De hecho, su nombre sólo me sonaba por un ejemplar de "Opium" que había visto en la librería de casa y que nunca me digné a abrir: por entonces era un joven airado que mantenía un severo veto a los autores españoles contemporáneos (quizás porque en sus libros no se follaba lo suficiente).

De todo esto me he acordado porque, aunque el veto caducó hace mucho, no había leído nada de Jesús Ferrero hasta ayer mismo, cuando me encontré con un artículo suyo en la prensa. Será porque el artículo no tiene nada que ver con la deprimente actualidad, pero el caso es que me ha gustado bastante. En él, Ferrero nos cuenta que los escritores se dividen en dos grupos. El primero es el de los que están en este mundo, que interactúan con la realidad e incluso aspiran a moldearla: el ejemplo extremo es el de Churchill (del que cuenta una simpática - y verosímil - anécdota falsa). El segundo es el de los que viven en su torre de marfil y que tienen una relación mucho más modesta con la realidad, conscientes de que no hay nada que hacer al respecto.  Yo creo que la distinción vale también para los que no somos escritores, aunque yo mismo no tengo muy claro en qué mundo vivo: quizás haya por ahí alguien que lo sepa, como (según Ferrero) lo sabe Carmen Balcells de los escritores a los que representa.  

Volviendo al tren Goya, no me crucé con Jesús Ferrero en todo el trayecto, aunque probablemente era lo que más me hubiera apetecido: para hablar de Miller, de París, de sombreros y de gabardinas. Me tocó compartir camarote con un prototípico señor de pueblo español, con el que conversé a ratos y del que sólo recuerdo que llevaba su maleta atada con una cuerda. De la conversación no recuerdo nada, probablemente porque no entendí nada de lo que me dijo: cómo iba a hacerlo, si eramos habitantes de dos mundos distintos. Y ya sabemos lo complicada que es la comunicación interplanetaria.

jueves, 27 de septiembre de 2012

Qué facil es decir A.C.A.B., sobre todo haciendo trampas

Es obligatorio ver por lo menos los tres primeros minutos. Desde le principio está claro que la cosa va a acabar mal: vemos a la derecha a los policías en formación, y a la izquierda, a los manifestantes, bulliciosamente parapetados tras una pancarta. Éstos intentan alcanzar con un palitroque a un agente y a los pocos segundos empiezan los porrazos y los puntapiés: no son chispas lo que saltan, sino los flashes de un pasillo de periodistas que están ahí para nosotros, los mirones, para que podamos presenciar con el estómago encogido los porrazos, o  esa patada traidora en el minuto dos.

Viendo las imágenes me acordé de una película italiana que vi recientemente, A.C.A.B (All Cops Are Bastards). Una película realmente interesante, porque estamos acostumbrados a que nos hablen los que reciben los porrazos, pero realmente sabemos poco de cómo es la vida de los que están al otro lado de la porra. La película transmite muy bien la tensión que viven los celerini, para quienes una jornada laboral lo mismo consiste en intentar mantener a raya a una muchedumbre de tifosi que en intentar frenar a unos antisistema que pretenden reventar una reunión gubernamental en Génova, o en contener a una turba que pretende quemar un campamento 'rom'. Véanla: permite hacerse una idea maś completa del cuadro que presenciamos el 25S, o de otros que presenciaremos (lamentablemente) en el futuro, por lo que parece. Aunque dudo que la estrenen próximamente en España.



A propósito del 25S, faltó tiempo para que surgieran voces criticando la intervención policial, voces que más o menos pueden clasificarse en dos grupos. Primero están los que entran a valorar si la policía debió haber restringido más o menos su radio de "reparto de leña", algo que me parece lícito e incluso necesario. Pero hay un segundo grupo que consideran la intervención policial "injustificable". Pero lo dicen haciendo trampas, claro. Porque para criticar la intervención policial, o cualquier otra cosa, lo intelectualmente honesto es afrontar las alternativas posibles, y este es un punto cuidadosamente esquivado (¡qué cosas!) por estos críticos. Estaría bien que se tomaran la molestia de explicarnos su plan: ¿Habrían dejado a los diputados cercados toda la noche? ¿O es que habrían dejado entrar a los manifestantes al Congreso? ¿También les habría parecido lícito hacerlo si en lugar de ser unos muchachos con su Quechua y con su iPhone, hubieran sido unos camisas negras con brillantina en el pelo y cachiporras? ¿Y ya una vez dentro, qué se supone que deberían haber ocurrido: que montaran un wiki y redactaran una nueva Constitución con un ojo en los Trending Topic? Y después ¿qué?

Por supuesto todo lo ocurrido tiene su un origen en la inaudita iniciativa de los manifestantes de rodear el Congreso ("hasta conseguir la dimisión del gobierno actual, la disolución de las Cortes y de la Jefatura del Estado"), que en el fondo es la continuación lógica de la actitud del 15M durante la jornada de reflexión de las elecciones de mayo. Por eso me pasé la noche siguiendo los acontecimientos por twitter y por la radio, intentando escuchar una crítica contundente a la manifestación desde la izquierda democrática. Algún tertuliano de la SER lo hizo, ya entrada la noche.  Lo mismo había hecho El País en un impecable editorial del mismo 25-S. Pero donde no he encontrado más que críticas tibias, y a veces ni eso, es en el PSOE. Rubalcaba no criticó la actuación policial (cosas de ex-jefe-majo) pero eludió condenar la manifestación y prefirió centrar sus críticas en el Gobierno. Así que si asumimos que esa es la postura oficial del PSOE y sumamos a los de Izquierda Unida y algunos más por ahí, tenemos que aproximadamente el 50% de los parlamentarios han sido incapaces de criticar un intento de asalto a la sede parlamentaria. La amenaza implícita de esta crisis, pues, se manifiesta una vez más: es posible que al final acabemos teniendo lo que nos merecemos.

jueves, 20 de septiembre de 2012

Una renuncia inexplicable

A estas alturas debe haber poca gente que no se haya enterado de que hace una semana tuvimos una manifestación independentista en Barcelona de lo más completita (hasta Pep mandó un saludo). El acontecimiento, cómo no, generó un tsunami de comentarios y artículos de opinión en el que me zambullí guiado por un impulso masoquista, porque sólo así se explica que no me canse de volver periódicamente sobre un tema del que generalmente salgo exasperado. Saltando con alegría de aquí para allá acabé en un interesante artículo de la muy recomendable web Politikon. Allí hice algunos comentarios que resumen mi posición sobre este tema (convenientemente pulida gracias a las réplicas de otros comentaristas) así que mi intención es darles aquí algo de forma (dando así algo de vidilla al blog, que falta le hace).

Al hilo de ese artículo comentaba yo que nunca he logrado entender la renuncia de los progresistas españoles contrarios a la independencia catalana a establecer un debate de principios con los nacionalistas. Especialmente porque creo que sus posiciones políticas ofrecen una línea de ataque clara al discurso independentista. Quizás convenga esbozarla: Dado que las opciones políticas consisten en la búsqueda de ciertos compromisos, sea entre ideales y la realidad (como creen los utópicos) o entre los propios ideales, cuando éstos colisionan (libertad/igualdad, libertad/seguridad...como creen los pragmáticos),  un progresista creo que podría ser definido como aquél que favorecerá compromisos que aseguren la existencia de mecanismos de redistribución de la riqueza. De ahí que me resulte incomprensible que alguien que se tenga por progresista esté al mismo tiempo a favor de la creación de un nuevo Estado que, de facto, supondría limitar los mecanismos de solidaridad existentes en esa porción del mundo a la que cariñosamente llamamos España. Creo que este podría ser el argumento central de una crítica progresista al nacionalismo y, sin embargo, apenas se hace uso de él. 

Habrá quien argumente (lo sé por experiencia) que dado que el estado-nación es por definición excluyente, pues promueve a lo sumo la solidaridad entre los de dentro mientras que deja a la intemperie a los de fuera, no hay razones para preferir una Cataluña integrada en España a una independiente. Este argumento merece una respuesta obvia, y es que en cualquier caso los que quedan fuera del alcance de la solidaridad estatal, por una simple cuestión aritmética, serán más para un independentista que para un no-independentista. Eso me parece ya suficiente para preferir una opción a la otra desde un punto de vista progresista. En otras palabras: que los compromisos a nuestro alcance sean imperfectos (como imperfecto es el compromiso implícito en cualquier estado-nación) no quiere decir que todos sean equivalentes. Lo importante, como siempre, es intentar analizar cuál de las posibilidades de las que disponemos supone un mejor compromiso para los valores que consideramos importantes (en el caso del progresista, creo, la solidaridad). A mi argumento también habrá quien replique que en la cuestión catalana hay que considerar otros factores más allá de los económicos, como los lingüísticos, los culturales o (ejem) los étnicos, ante lo que sólo puedo decir que me parece aceptable pero, por favor, que estos reivindicadores de las esencias nacionales no nos vendan además la moto de que son progresistas.

No estoy diciendo que sólo desde una perspectiva progresista pueda criticarse al nacionalismo; simplemente estoy haciendo notar que puede criticarse, y que me llama la atención que este tipo de crítica de principios se eluda. No logro entender por qué nuestros independentistas se merecen el inmenso favor de recibir un trato mejor que el que la izquierda italiana dispensa a los secesionistas de la Lega Nord: si alguien puede darme un buen motivo, estaré encantado de oírlo.

Dicho queda, así que permanezcan atentos a sus pantallas: tengo fundadas esperanzas de que en breve aparecerá Rubalcaba ante los medios y que, inspirado por este post, dará a Artur Mas y a los suyos la réplica que llevan mereciéndose tanto tiempo.

sábado, 1 de septiembre de 2012

El optimista y los pesimistas

Si hay una idea que ha cambiado  mi modo de pensar en los últimos años es la de que nunca, repito, nunca, la Humanidad ha vivido tan bien como hoy. Es más: el progreso de nuestra singular especie en los últimos siglos no tiene precedentes en la Historia. Por eso, no es extraño que cuando leí a Arcadi Espada (al que habremos de responsabilizar también de inocularme esta peligrosa idea en la cabeza) elogiar el libro de Matt Ridley "El Optimista Racional", donde se da forma a esta idea, supe que acabaría leyéndomelo. Han bastado un par de carambolas aeroportuarias para que lo haga.

En su libro, Ridley no sólo argumenta convincentemente que los seres humanos vivimos en el siglo XXI mejor que nunca, sino que se atreve a aventurar que en el siglo XXII viviremos aún mejor. Ridley, como yo, considera que esta constatación no debe llevarnos a una suerte de autocomplacencia panglossiana, sino todo lo contrario: debe movernos a identificar y promover todo aquello que ha contribuido a este indudable progreso y a eliminar los obstáculos que se le presentan (o por lo menos a intentar no crear otros nuevos). Para Ridley, el combustible de la fenomenal mejora en nuestras condiciones de vida es el intercambio de bienes y de ideas. Leyendo el libro, se nota que Ridley es un tipo que claramente desconfía del gobierno y por eso creo que se queda corto a la hora de valorar el papel jugado por las instituciones, sin las que ese intercambio quizás no sería tan fluido y seguro. En algunos momentos también creo que se pasa de optimista, por ejemplo sobrevalorando la capacidad de adaptación de los ecosistemas al cambio climático (que no niega) o cuando considera (acertadamente) que el uso de OGM podría aliviar la falta de alimentos en el mundo, y que su uso dejaría los ecosistemas intactos (habría que verlo). Pero sus tesis, en lo esencial, me parecen acertadas.

El lector será consciente de que las tesis de Ridley son hoy en día poco populares. Y esto no es ninguna novedad histórica: el pesimismo siempre ha tenido más gancho que el optimismo. En el libro, de hecho, se hace un divertido repaso a la lista de catastrofismos y pesimismos de los últimos siglos (de la lluvia ácida al fin de los combustibles fósiles), que los años se han encargado de desmentir. El repaso incluye a Orwell, cuya oscura visión del futuro de la Humanidad está plasmada en 1984. Pero me resulta llamativo que Ridley, que tan agudo es en su análisis de los factores que han contribuido al progreso humano, no haya sabido ver que quizás los pesimistas como Orwell indirectamente han jugado un papel importante. Porque ¿quién sabe si una obra como 1984, escrita desde el pesimismo, no contribuyó a que esa pesadilla totalitaria no se materializase? O más en general: ¿no serán necesarias unas gotas de pesimismo para que la formidable maquinaria del progreso avance? Ésa es posiblemente la crítica más profunda que se merece "El Optimista Racional", un libro por lo demás muy recomendable: que Matt Ridley quizás ha infravalorado la importancia de que nos ronde un Ágorer.




sábado, 30 de junio de 2012

Ahora sí: el fin de una época

Escribía hace unas semanas que el partido Italia - España con el que empezaba nuestra Eurocopa bien podía suponer el fin de un época, y me equivocaba. Entonces pensé que España le metería un buen meneo a Italia y que con ello se rompería la llamativa asimetría por la cual los italianos generalmente sienten simpatía por la selección española, mientras que es difícil encontrar a un español de bien que sienta algo de simpatía por los azzurri.

Sin embargo llegó el partido y resultó un encuentro equilibrado entre dos  equipos estupendos, que me hizo temer que nos acabaríamos encontrando con los italianos en la final. Y así será. Por el camino han pasado unas cuantas cosas: España ha sacado adelante sus partidos con oficio, sin el brillo de anteriores citas, defendiéndose con la pelota y cimentada sobre una defensa que está jugando a un nivel altísimo. Italia por contra se ha reafirmado en el estilo de juego con el que afrontó su debut contra la Roja, con Pirlo demostrando (como ha hecho esta temporada en la Juve) que él solo vale por medio equipo, y ganando por el camino a Cassano y a Balotelli para la causa.

Así que tras unos cuantos partidos en los que España e Italia se han estado mirando desde la distancia con respeto, especialmente desde que se disiparon los temores del biscotto, nos veremos las caras mañana en Kiev. Será un partido igualado. Italia ha mostrado un nivel de juego más alto que España, superando a Inglaterra y destrozando a Alemania con suficiencia.  España ha ganado con un juego de menos revoluciones y parece haber dado lo mejor de sí sólo en los primeros veinte minutos contra Francia. Considerando la trayectoria de ambas en el campeonato parece que Italia está algo por delante, pero también creo que la Roja tiene todavía un partidazo en las piernas y que puede surgir en la final. Y me cuesta imaginar a Balotelli y a Cassano superando con tanta facilidad a Ramos y a Piqué como hicieron con los rígidos defensas alemanes.  Veremos qué pasa. Lo que está claro es que  pase lo que pase el partido de mañana supondrá, ahora sí, el fin de una época. Yo cuento con empezarla con buen pie y que esta foto anticipe el modo en que entraré en este tiempo nuevo que comienza con una nueva rivalidad futbolística destinada a convertirse en histórica: la de España e Italia.




domingo, 10 de junio de 2012

¿El fin de una época?





Aún a riesgo de provocar una oleada migratoria, he de decir que ser español en Italia es un chollo. De hecho, creo que es difícil encontrar un país que despierte aquí una simpatía más unánime: basta poco más que decir que eres español para que cualquier italiano, de un modo sincero y sorprendentemente ajustado al tópico, prorrumpa en elogios sobre nuestras ciudades, nuestras playas, nuestra vida nocturna, nuestras cañas y nuestras tapas. Pero no sólo nos admiran por cómo nos tomamos la vida: el mito de España como país “joven y dinámico” de la primera década del siglo, ese que llenó de jóvenes italianos las calles de Madrid y Barcelona, aún pervive (aunque muchos de esos jóvenes están ahora emprendiendo el viaje de vuelta con una historia muy distinta que contar). Tal es así que en Milán, una ciudad que se siente mucho más fea y gris de lo que realmente es, más de una vez me han preguntado que qué cable se me ha cruzado para instalarme aquí.

Tanto elogio es bastante llevadero porque no cuesta corresponder con otros: por ejemplo a mí me gusta decir a los italianos que el italiano medio es más culto, más educado y menos propenso al griterío que su admirado español medio. Pero hay un aspecto en el que esta reciprocidad se rompe de modo dramático: el deporte. Porque mientras que en Italia basta decir que eres del país de la Roja para que los italianos empiecen a cantar loas a la selección, al Madrid, al Barça y a Mourinho (sobre todo si hablamos con uno del Inter, que lo recuerda como a aquella primera novia), un español honesto como yo no tiene más remedio que reconocer ante ellos que, deportivamente hablando, les detestamos. A los italianos esta confesión suele causarles estupor, mientras que para un español esta asimetría tiene un origen tan evidente que no hay que esforzarse mucho en explicarla. Así, mientras que cualquiera de mi generación guarda un recuerdo lacerante del codazo de Tassotti a Luis Enrique en el Mundial del 94, para los italianos aquel partido no fue muy distinto de cualquiera de los disputados en las últimas fases finales de los grandes campeonatos internacionales. Y lo mismo podemos decir de aquella tanda de penaltys de infarto con la que les superamos en cuartos en 2008 (y que celebramos como si fuéramos ya campeones del mundo): para los italianos fue simplemente una derrota asumible ante un rival que en el fondo les caía simpático.... En definitiva, que las enemistades deportivas italianas van por otro lado y tienen más que ver con aquel gol de Trezeguet y con el cabezazo que le dio Zidane al povero Materazzi, y en nada tocan a sus admirados españoles.

Esta es más o menos la situación a día de hoy y me he decidido a ponerla por escrito porque, quién sabe, puede que dentro de poco sea el testimonio de un mundo que dejó de existir. Porque como quizás mis lectores sepan, esta tarde se juega un España-Italia y mi intuición -ya se sabe la humildad con la que los españoles afrontamos estas citas- es que les vamos a meter un buen meneo. Y si bien es verdad que hay ciertos mitos como el del país “joven y dinámico” que pueden perdurar incluso cuando ya poco tienen que ver con la realidad, creo que una victoria contundente puede convencer a mis queridos italianos de que hemos dejado de ser esa simpática selección que casi siempre tenía la delicadeza de no molestar más allá de cuartos. Veremos qué pasa.

sábado, 28 de abril de 2012

Mi bicicleta estática socialdemócrata

Pasan los años, la crisis sigue ahí y cada vez es más dificil prever qué ocurrirá en los próximos años. Pero hay algo de lo que podemos estar seguros,  y es que en El País seguirán apareciendo regularmente artículos en los que se habla de cómo la socialdemocracia debe renovarse para contribuir a sacarnos del hoyo. Contra este fatal destino (el de tener que aguantar esta tabarra, quiero decir) parecía rebelarse José María Ridao, afirmando con gracia que estos artículos sólo están logrando "forjar una inane lengua de madera, sin otra utilidad que dar cuenta de la crisis de la socialdemocracia".

Dicho lo cual el agudo Ridao, como es natural, aprovecha el espacio para darnos su visión de la crisis que, por lo demás, es de una impecable ortodoxia socialdemócrata. Sus argumentos son conocidos: Ridao sostiene que todo lo ocurrido es consecuencia del programa de una revolución conservadora  que ha acabado "generando los desequilibrios que han provocado la bancarrota del casino financiero y reducido a una situación de semiesclavitud a legiones de personas en los países más pobres y también en los más desarrollados; un programa que, para cerrar el círculo de la supuesta inexorabilidad, agitó el fantasma de la quiebra de los Estados de bienestar para terminar cuestionando la viabilidad de cualquier forma de Estado".

Los argumentos de Ridao son los mismos  que me vengo encontrando en la prensa socialdemócrata desde hace cuatro años, gracias a los cuales creo que podría optar a un sillón de la Academia de la Lengua de Madera. Y constato, con melancolía, que tras tantos artículos, tras tanta detallada exposición de motivos desde distintos ángulos, siguen sin convencerme. Por supuesto algo iba mal en el sistema financiero cuando en 2008 estuvo a punto de irse al garete, y sólo la intervención decidida de los gobiernos pudo mantenerlo a flote. Hasta ahí, estamos de acuerdo. Pero decir que en los últimos treinta años se ha reducido a la semiesclavitud millones de personas es de una inexactitud flagrante si analizamos la evolución de China, de la India, de Brasil, e incluso del continente africano en su conjunto. De hecho, sólo considerando la evolución de estas economías (porque todos somos internacionalistas ¿no?) podremos ponderar mejor dónde nos ha llevado realmente ese programa desregulador, y entender si lo que necesitamos son unos ajustes o reconstruir el sistema desde los mismos cimientos. Y centrándonos en cuestiones locales, veo que en el análisis de las políticas de ajuste incluso el agudo Ridao no puede evitar caer en la falacia post hoc: que nos estemos enfrentando ahora a políticas de ajuste no quiere decir que éstas se deban sólo a los desaguisados financieros en los que nos metieron. De hecho,  todavía no he encontrado en los últimos años ni un argumento claro que me convenza de que en Europa, con una población que es el 10% de la población mundial y que envejece rápidamente y pierde competitividad a pasos agigantados, realmente podemos pagar el nivel de vida que llevamos...

En fin, que al artículo de Ridao, que se deja leer, le pondría los mismos reparos que a muchos de esos artículos de los que habla en los últimos años. Ya ven: ando subido en una especie de bicicleta estática socialdemócrata, pedaleando afanosamente, leyendo muchos artículos de El País, sin avanzar en mis perplejidades. Pero qué más da: si va todo como nos dicen que irá, ganará Hollande y pronto podremos ver si recetas como las que propone Ridao nos sirven realmente para salir de la crisis.

domingo, 22 de abril de 2012

Sobre Piazza Fontana y dos discursos paralelos.

Milán, 1968. En un aula abarrotada de la Università Statale, el multimillonario Giangiacomo Feltrinelli -camisa de cuadros, gafas de gruesa montura negra, poblado bigote y revuelta la escasa cabellera-  se dirige a una entregada audiencia que mayoritariamente, como él, fuma: "El inminente golpe de estado en Italia seguirá un patrón similar al del golpe de estado en Grecia... será necesario recurrir a la resistencia armada...".

Segrate, 1972: la policía identifica los restos de la víctima de una explosión. Se trata de Feltrinelli. Las investigaciones mostrarán que murió manipulando un explosivo con el que pretendía volar una de los cables de alta tensión que abastecen Milán. Una  acción revolucionaria más que culmina una larga y rocambolesca lista que incluyó numerosas visitas a barbudos varios por Latinoamérica, así como su participación en el asesinato del cónsul de Bolivia en Hamburgo como venganza por el asesinato del Che Guevara.


 
Las dos escenas anteriores son de Romanzo di una Strage, la última película de Marco Tulio Giordana (el de La Meglio Gioventù), que nos habla sobre el misterioso atentado de Piazza Fontana. Una historia triste que contiene muchas historias tristes, como la conocida historia del anarquista Pinelli y la menos conocida historia del comisario Calabresi, que fue sobre quien quise escribir en un principio hasta que decubrí que otro madrileño que pasó por Milán ya lo había hecho, y bien, en Jot Down. Pero esta película no es sólo interesante por cómo desmenuza uno de los episodios más controvertidos de la reciente historia italiana, sino por el efectivo retrato que hace de la irrespirable atmósfera política de la Italia de aquellos años, denominados con insuperable precisión los años de plomo. Unos años en los que marxistas, filofascistas y miembros de las fuerzas de seguridad del Estado estaban atrapados en un endiablado mecanismo de acción y reacción, cada uno alimentado por una fatal convicción: los extremistas marxistas estaban fatalmente convencidos de que sólo una insurrección armada podría prevenir el inminente golpe autoritario que se acercaba; los filofascistas estaban fatalmente convencidos de que sólo un golpe autoritario podría frenar la inminente insurrección popular que acabaría de barrer los restos que quedaban del rígido orden social que añoraban; los que manejaban  los hilos de la seguridad del Estado estaban fatalmente convencidos de que sólo manipulando sin escrúpulos a unos y a otros lograrían evitar el hundimiento del Estado, o su caída en la órbita de la URSS. Convicciones fatales que se alimentaban de una más elemental, común a todos los actores: la de ser los destinados a salvarnos de la barbarie, esa convicción fatal última por la que se reunían en habitaciones en penumbra para idear estrategias que alteraran el curso de la Historia, ese fin superior por el que valía la pena sacrificar algunos peones.

De todo esto  me acordé hace exactamente una semana, en Barcelona, cuando (como mandan los cánones) ojeaba El País Semanal  mientras tomaba el sol en una terraza eficientemente gestionada por unos chinos. Y ahí, junto a las últimas reflexiones de Rihanna, me encontré con un artículo de Juan José Millás - gafas de gruesa montura negra- quien, a cuenta de la famosa foto de Juncker y de Guindos se dirige a una audiencia que, como él, no fuma: "La gobernanza europea está llena ahora mismo de políticos ansiosos por aplicarnos la eutanasia ... Bruselas está llena de enfermeros psicópatas, de doctores Muerte .. los cadáveres somos nosotros, usted y yo ... Claro que las manos que lo aprietan tampoco son, pese a las apariencias, las del presidente del Eurogrupo, sino las de los nuevos golpistas, generales y coroneles del mundo financiero a cuyas órdenes trabajan los dos señores de la imagen...". Un discurso digno de Feltrinelli, es decir, un discurso digno de los años de plomo. Ignoro qué quiere decir que un artículo así aparezca en un diario como El País y que, por fortuna, el mundo siga su curso como si nada. Lo que sí que sé es que es el artículo de Millás sólo sirve para profundizar en nuestra ignorancia y en nuestra intransigencia; para acercarnos, en definitiva, al espíritu de los años en los que transcurre Romazo di una strage.

lunes, 9 de abril de 2012

El cuaderno cumple un año

Acordarse de los aniversarios con unos días de retraso tiene un punto de pimienta adicional: el que da la sorpresa, sólo alcanzable cuando ya se había perdido la esperanza. La excusa no es demasiado buena (apúntensela por si acaso) pero viene a cuento, porque entre unas otras cosas y otras se me había pasado el aniversario de este cuaderno. Para celebrarlo en plan cuantitativo he decidido meter lo escrito en uno de esos contadores de palabras y el resultado es el que pueden ver aquí:
  El lugar destacado del "si" confirma mis esfuerzos  por hacer esa cosa tan demodé de partir de unas premisas e intentar derivar las consecuencias lógicas sin contradecirme.  Pero también tenemos una buena dosis de "parece", porque tampoco es que esté muy seguro de probar teoremas con mis entradas. Veo que Milán e Italia está tan bien representados como Madrid y España, aunque creo que es engañoso: hablé bastante de Milán al principio, en esos días en los que te estás habituando a una ciudad y caminas por las calles sin saber dónde está el norte, pero bastaron unas semanas de viajes en metro y en tranvía rodeado de rumanos y cingaleses para volver a sentirme como en casa y hablar de España, de lo que se cocía en Sol y de un tema del que tengo tan poco idea como es la economía. Como si escribiera este cuaderno desde Madrid, vamos.

Para ser un blog que no tiene más objetivo que satisfacer mi impulso ocasional de escribir, he escrito más de lo que esperaba: 44 entradas, casi una semanal. Veremos si sigue así, porque mientras tanto se ha cruzado en mi camino twitter, que permite una satisfacción rápida, fácil y casi sin esfuerzo del mismo impulso, y me paro deliberadamente antes de que la metáfora se me vaya de las manos.  Pero este blog, aunque cueste creerlo, también pretende ser un ejercicio de eso tan difícil que es escribir con ligereza, como imagino que debe de escribir Severgnini: como si tocara el piano, pulsando poco la tecla de borrado. Esta misma entrada me confirma que estoy aún lejos de conseguirlo, así que creo que el cuaderno seguirá abierto durante bastante tiempo.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Grieguerías

El trabajo ofrece posibilidades interesantes como que, de un día para otro, se una al grupo un griego. O que poco después aparezca entre nosotros una joven iraní. Vamos, que estamos cerca de crear un microcosmos que reproduzca los puntos calientes de la actualidad global. Como comprenderán, esto es una mina para alguien que se supone interesado en casi cualquier asunto de la actualidad planetaria, como el que escribe este blog.

De momento sólo he tenido tiempo de dar la brasa al griego (entenderán que para llegar a Ahmadinejad hay que proceder con más tacto). Tras los circunloquios de rigor (y tú de quién eres, etc...) entré directamente en materia: amigo, qué me cuentas de Grecia. Y como suele ocurrir, acudir a las fuentes tiene su interés. Nuestro griego me dijo que los problemas de su país se deben esencialmente a que sus políticos les han robado: tras escucharle, y con lo que sé de los países que tengo más a mano, puedo hacer un informe parcial del descrédito de la clase política en los países GIPSIs y decir que en España, siendo alto, es menor que en Italia, pero en ambos casos parece menor que en Grecia. También me comentó mi paciente interlocutor que parte de los problemas económicos de Grecia, en su opinión, se deben al desmantelamiento de buena parte de su industria por la competencia con productos alemanes que siguió al ingreso en el mercado común europeo, y con los chinos después. Ya saben, el libre comercio, con sus pros y sus contras: uno de esos debates a los que sin duda se presta menos atención de la que merece.

Pero nuestro griego parecía optimista, y convencido de que las cosas irán a mejor. De hecho me comentó que estaba razonablemente satisfecho con el pacto que había logrado el gobierno griego con sus acreedores. No es para menos: he escuchado varias veces últimamente decir que con Grecia, como víctima de los despiadados mercados, lo único justo sería hacer borrón y cuenta nueva, y seguramente él era de la misma opinión. No seré yo quien lo niegue, pero sí que tengo claro algo: dar a los prestamistas menos de la mitad de lo que se les debe no equivale a volver a la casilla inicial, pero desde luego se le parece.

sábado, 3 de marzo de 2012

La ficción y yo

...adolecía de falta absoluta de experiencia de la vida...siempre fue poco comunicativo y no leyó nunca novelas.
Stendhal.

Me está pasando eso que algunos dicen que pasa con los años: cada vez me cuesta más engancharme a las novelas. O mejor: últimamente (y lo digo entusiasmado por el inicio de The Blank Slate de Pinker) disfruto mucho más con los ensayos. Paralelamente, he advertido que mi interés por el cine está también decayendo, o sea que usaremos la palabra de nuestro tiempo y diré que para mí la ficción está claramente en crisis. Y me parece una mala noticia, porque recuerdo haber disfrutado mucho leyendo novelas y viendo películas y no está la vida como para andar perdiendo goces o para que éstos se vuelvan más infrecuentes. Pero el proceso parece imparable.

El caso es que creo haber entendido los motivos. Hace tiempo que creo que lo fundamental para que una ficción nos atrape -esté ésta ambientada en la actualidad o hace mucho tiempo en una galaxia muy, muy lejana- es que sus integrantes respeten ciertas reglas (paradójicamente) no escritas sobre el comportamiento humano. El respeto a estas reglas afecta tanto a la verosimilitud del argumento como a nuestra capacidad de creernos a los personajes. Estas reglas probablemente las vamos elaborando poco a poco a fuerza de observar lo que ocurre a nuestro alrededor, ya saben, el espectáculo de las pasiones humanas: nos da igual que el Halcón Milenario haga un improbable estruendo al dar sus no menos improbables saltos a la velocidad de la Luz, pero nos resultaría intolerablemente inverosímil que Luke no se turbara al saber que Leia es su hermana. Con los años vamos refinando nuestro personal conjunto de reglas y, paralelamente, vamos creyendo (justificadamente o no) que nuestras reglas son las buenas, porque nos sirven para entender algo mejor los comportamientos de los que nos rodean. De modo que no es extraño nos volvamos gradualmente intolerantes con las ficciones que no las respetan, y así el número de las que logran pasar nuestros filtros de verosimilitud decrezca paulatinamente.

Por supuesto, un escritor de talento es capaz de llevar las reglas al límite y lograr que la cosa funcione. Hace no mucho Josepepe señalaba con su gracia y concisión habituales que en “Los Enamoramientos” de Marías el argumento no acababa de cuadrar, pese a que historias similares pero más inverosímiles (propias del Almodóvar actual) podían encontrarse en la prensa. En este caso hemos de decir que estamos ante una ocasión perdida por el escritor, máxime cuando él mismo fue capaz de hacerme tolerable durante muchas (muchísimas) páginas la existencia de una división del MI5 encargada de hacer predicciones sobre personas basadas en el escrutinio de sus rostros...

Pero insisto, todo lo anterior se refiere a lo que necesita una ficción para atraparme, para poder alcanzar ese gozoso ensimismamiento tras el que uno, al salir del cine, podía decir aquello de “me he metido en la película”, y que se ha vuelto tan infrecuente. Por suerte, creo que aún me queda la capacidad de disfrutar con otros elementos de una ficción: lo que nos enseña su decorado histórico, político o social, con una descripción precisa de un sentimiento o de una idea, con una reflexión acertada sobre lo que se está contando, con las muestras de ingenio o con una sabia administración de la ironía. Pero son estos placeres de un orden inferior. Quizá añorar lo otro, ese modo total de disfrutar con una novela o con una película, no sea más que añorar la infancia y la capacidad de sentir un escalofrío cuando aquel tipo vestido de plástico negro (con la voz de Constantino Romero) le dijo al héroe aquello de: “yo soy tu padre”.

viernes, 10 de febrero de 2012

Hipótesis sobre un silencio


Leo en la prensa española que Roberto Saviano ha pasado estos días por España. Y cuando escribo estas líneas, parece que aún no ha dicho nada sobre la condena a Garzón. Seguro que oportunidades no le han faltado: ¡incluso ha estado a tiro de Gabilondo! Esto podría resultar llamativo a primera vista, pues Roberto Saviano es lo que podríamos llamar un tipo de izquierdas: recordemos, por ejemplo, que en su muy recomendable "Gomorra" nos dice más o menos implícitamente que la degeneración del crimen organizado es poco menos que un corolario del capitalismo; o que hace no mucho estuvo en Nueva York y habló para los jóvenes de Occupy Wall Street. Sin embargo, no ha dicho nada sobre esa condena que ha soliviantado a buena parte de la izquierda española, y mi apuesta es que no lo hará. Y tengo una hipótesis al respecto.

Debo decir que a Roberto Saviano le conozco mejor desde que estoy en Italia, entre otras cosas porque es fácil econtrarse con él en televisión: sin duda es uno de los intelectuales más mediáticos de la Italia actual. Y muy merecidamente, en mi opinión. No sólo porque es -digámoslo sin ambages- un héroe cívico desde que, siendo un chaval de veintitantos años, escribió "Gomorra", colocando así bajo los focos de la opinión pública a la criminalidad organizada que parasita las energías del sur de Italia; un libro que le ha condenado a vivir con cinco carabinieri que le siguen allá donde va para evitar que acabe como Falcone o Borsellino. Es además un excelente orador, que se expresa con una precisión y una contundencia admirables y que, con el aplomo de los valientes y con su inconfundible gesto serio dibujado bajo un imponente cráneo (un cráneo-de-intelectual, sin duda) aprovecha cada ocasión que tiene para darnos un detallado parte de la interminable guerra contra esa compleja enfermedad de las sociedades modernas que es el crimen organizado.

Por suerte tanto para los que le seguimos como para él mismo, Saviano no ocupa todas sus energías en la disección de las mafias. Hace dos semanas habló de los poemas de Wislava Szymborska, haciendo que sus libros se vendieran como rosquillas. Y, cómo no, también se ha convertido en una voz autorizada que se pronuncia con contundencia e inteligencia sobre la política italiana e internacional. Por ejemplo, pude ver hace poco cómo evitaba cuidadosamente cualquier guiño demagógico y reconocía el valor de las reformas del Gobierno Monti, subrayando de paso su legitimidad. Porque en Saviano siempre encontramos a un defensor acérrimo de las instituciones, que nos habla de la importancia capital de fortalecer el Estado de Derecho: es la actitud lógica de un hombre que ha sido testigo de cómo allá donde el imperio de la ley no llega, quedamos a merced de los bárbaros. Cabe decir, además, que la actitud de Saviano no es minoritaria en la izquierda italiana, entre otras cosas porque durante años ésta ha padecido al tóxico Berlusconi, un tipo que se mofaba abiertamente de las leyes y de los que las respetaban.

Así que imagino que Saviano, al saber que el más alto tribunal español había sancionado (con razón, creo yo) al mediático juez Garzón (al que sin duda conoce), se le habrán pasado por la cabeza varias cosas, pero de ningún modo habrá contemplado la posibilidad de unirse al coro que ha decidido poner en duda la legitimidad del tribunal y de la sentencia. Porque sabe que eso equivale a dar armas al enemigo con el que lucha desde hace años. Y de ahí su silencio.

Ojalá Saviano se decida a poner algo por escrito sobre este asunto. Aunque sea para que yo sepa si mi aventurada hipótesis tiene algo de cierto.

jueves, 2 de febrero de 2012

Centro de gravedad

Un hombre atraviesa las calles de la ciudad arrastrando los pies sobre la nieve - si así puede llamarse a lo que ésta queda reducida tras ser pisoteada implacablemente durante una larga jornada- y entra en una pizzería. "Due pizze da portar via", dice, y se sienta a esperar que el pedido esté listo. Está demasiado cansado como para fijar su atención en un pensamiento concreto, de modo que deja que ideas fugaces, ecos de los días recientes, se sucedan aleatoriamente mientras juega con las miguitas que hay sobre la mesa: Piensa que un gobierno puede dar muestras pavorosas de meapilismo y al mismo tiempo tener el coraje de meter mano a los caciques locales. Piensa que en algo hemos retrocedido cuando un arribista como Julien Sorel hoy no sería posible. Piensa que buenas razones hay para que las naciones gasten más y buenas razones hay para que las naciones gasten menos . Piensa en las desigualdades y en qué deberíamos hacer con los extremadamente ricos. Piensa en cómo esa prodigiosa criatura multicefálica que es la Ciencia no siempre sabe ser generosa con los valientes...así hasta que, quizá por casualidad, el hilo musical de la pizzería logra colarse entre tanto fogonazo. Y entonces, muchos años y muchas coñas después, una canción cobra sentido.


sábado, 14 de enero de 2012

Teología playera


Hay varios motivos por los que vale la pena seguir a Arcadi Espada, pero uno de ellos es las pistas sobre las que coloca a sus lectores. Por ejemplo, hace unos días colgaba en su blog un texto sobre el libre albedrío del biólogo Jerry A. Coyne. El artículo, aun siendo interesante, flojeaba a varios niveles, como mostró minuciosamente Tsevan Rabtan en JotDown. Mi impresión, además, es que lo del libre albedrío es una de esas cuestiones tan grandes que aún no hemos sabido formular adecuadamente, si bien no descarto que sea posible hacerlo: quizás sólo tengamos que esperar que aparezca un Gödel capaz de ponerle el cascabel a este gato. Lo más llamativo para mí del texto fue que Coyne, un biólogo del s. XXI (¡con casi un siglo de Física Cuántica a nuestras espaldas!) tenga una visión puramente determinista de la Física, y ya sabemos lo probable que es acabar diciendo chorradas partiendo de fundamentos endebles. Pero, ojo, también es posible acabar desvariando partiendo de bases más sólidas. Y lo digo porque todo este debate me ha traído a la cabeza una idea que me vino un día de playa mientras jugueteaba con unas piedrecitas, que es en realidad sobre lo que me apetecía escribir.

Era probablemente uno de esos días en los que de tanto darte el sol en la cabeza puedes acabar creyéndote Borges, por lo que consideras que un buen pasatiempo es pensar en la idea de Dios y en el Universo, y acabas -como yo- ideando una estrafalaria teología. Su fundamento es la idea del efecto mariposa o la "dependencia sensible en las condiciones iniciales", ya saben: eso de que un aleteo de mariposa en Almería puede provocar un Huracán en Hong Kong. Pues bien, el Dios de esta teología (al que podemos imaginarnos tranquilamente como un tipo con barba blanca), hecho de la misma materia que el Universo, se dedicaría a aplicar aquí y allá frenéticamente las pequeñas perturbaciones (esos aleteos de mariposa) que necesariamente acaban desembocando en los grandes eventos que condicionan las vidas de todos y cada uno de nosotros, ante los que nuestra capacidad de decidir es nula, como que nos pille un trolebús o que nos crucemos con Mila Jovovich por la calle y nos encuentre súbitamente irresistibles. Este Dios mínimamente intervencionista (quizá por ello del gusto del Tea Party) podría elegir perturbaciones que nunca pudieran ser detectables para los humanos, al lado de las cuales un neutrino es un tranvía: seríamos marionetas incapaces de ver los hilos que nos manejan. Obviamente el instrumental requerido para la tarea de controlar el destino de todos los terrícolas estaría escondido en un rincón del Universo inalcanzable para criaturillas como nosotros.

Creo que la moraleja de esta teología, que siendo materialista se ventila el problema de la sustancia de Dios, y que hace irrelevante el problema del libre albedrío, está clara: cuando vayan a la playa, procuren llevarse una sombrilla.