martes, 27 de septiembre de 2011

Decálogo-balance de Zapatero a vuelapluma


Me envía Á. (a.k.a Meteore), un artículo en el que se defienden los logros de Zapatero. El artículo tiene un mérito per se en estos tiempos en los que parece que a Zapatero no le votó nadie. Normalmente habría respondido por email a Á. explicándole por qué no estoy de acuerdo con mucho de lo que dice este artículo y haciendo mi personal balance del zapaterismo, pero sé que anda muy liado mudándose a unas tierras brumosas y, además, tengo un blog que mantener. Así que aquí va el balance:

A FAVOR:

I. La ley del matrimonio homosexual y la de dependencia (esta última donde se aplica, claro, ver punto VI).

II. Sus últimas medidas económicas. No es habitual ver a un político pegarse un tiro en el pie por el país. Lo que no entiendo aún es por qué los socialistas, en lugar de colgarse la medalla, lo evocan haciendo pucheros.

III. La regularización masiva de inmigrantes, un éxito comparado con lo que se ve por Europa.

IV. El apoyo a la intervención en Libia y el mantenimiento de la misión en Afganistán (entre otras).

V. Haberse manejado con maneras suaves en unos tiempos y en un país en los que manejarse a grito pelado es un hábito. El talante, vamos. A mí me caía bien.

EN CONTRA:

VI. Haber puesto la música al baile estatutario, que al final es la más antisocialdemócrata de sus medidas, la que más ha minado el poder del Gobierno (de este Gobierno y de los que vendrán).

VII. No haber logrado aflojar ni un ápice la presión de la burbuja inmobiliaria. La hostia nos la íbamos a dar igual, junto con la global. Pero es mejor recibirlas de una en una.

VIII. La negociación con ETA y sus chanchullos. Los éxitos han llegado cuando se ha apostado (al menos formalmente) por la vía policial. Esperemos que el próximo presidente no cometa error de primerizo de tropezar en la misma piedra.

IX. La retirada de las tropas de Irak. No deberíamos haber ido, pero peor fue retirarse así. Por lo que dejábamos atrás y por el mensaje que mandábamos al mundo.

X. En general, haber contribuido a alentar ese pensamiento fofo (copyright Vinicio) izquierdista que no ve que su continuo recurso a su (más que discutible) superioridad moral es devastador para sus propios argumentos.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Surtido de actualidad política (española), política (italiana), científica y filosófica.

Cabezonería-ceguera: Dicen que los presos de ETA han pedido el final de la violencia. Echo un vistazo al comunicado y, tal es mi cabezonería-ceguera, me parece el batiburrillo totalitario de siempre. Pésimamente escrito, por cierto (a lo mejor la prosa es mejor en euskera). Debe ser una desagradable tarea leer y releer un texto así a la búsqueda de matices. Queda la pregunta de para qué hacer ese esfuerzo de exégesis. En el caso de la prensa se entiende, porque hay que escribir algo en los periódicos. Pero en el caso de los políticos, no tanto porque...¿no estamos básicamente esperando a que entreguen las armas sin contrapartidas? Pues qué quieren que les diga: a los ojos de un exégeta inexperto, visto el comunicado, parece que aún estamos lejos.

Agentes Calificantes. "Las agencias de calificación ya se equivocaron antes con Enron, Lehman Brothers, Parmalat" . "Hay que considerar el contexto internacional". "Su juicio es muy discutible". "El suyo es un juicio no político, sino económico". "El propio presidente Obama ha polemizado con Standard and Poor's". No son palabras de un miembro del gobierno español. Son palabras del ministro Fitto (del partido de Berlusconi) en el programa de Rai 3 Ballarò, a propósito de la reciente rebaja de la calificación de la deuda italiana. Obviamente Enrico Letta, de la oposición de izquierdas, defendía en el mismo programa exactamente lo contrario (y por extensión lo contrario de lo que defiende la izquierda española). Creo que fue Azúa quien dijo que España e Italia se parecen, sobre todo en lo malo. Tenía razón.

Éxito científico e infraestructural. Pero no todo son malas noticias en Italia. Sin duda lo de los neutrinos (de confirmarse, porque a mí aún me cuesta creerlo) es un tanto importante para la física italiana (párense a considerar la alta proporción de apellidos italianos que aparecen en las noticias relacionadas con el hallazgo). Pero esto a la ministra de la cosa en la República, la señora Gelmini, no le parece suficiente, y celebra no sólo la contribución del gobierno italiano a la construcción del laboratorio en el Gran Sasso, sino también su inestimable papel en la construcción del túnel por el que llegaron los neutrinos desde Suiza (resic). La probabilidad de que estuviera pensando en el "efecto túnel" es similar a la probabilidad que tengo yo de atravesar la pared de mi casa haciendo uso de tan simpático efecto cuántico.

La escort nietzscheana. Alemán con bigote por alemán con más bigote todavía: Mientras en Suiza enterraban a Einstein (habrá que verlo), puedo decirles que Nietzsche está de vuelta. O así lo parece tras ver esta entrevista a una escort que frecuentó las fiestas de Berlusconi, donde nos explica (entre otras muchas cosas) la diferencia entre vivir como un león y vivir como una oveja. Sólo le falta decir aquello del esplendor del tigre.

Pongámonos serios. Sí al Estado Palestino.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Dos festivales

Sí, ya sé que he estado últimamente un poco ausente, algo que agradecerán aquellos a los que les gusta cuando callo. Pero es que he estado entretenido. Y es que quien no se divierte en Italia es porque no quiere. Esto no lo digo por el espectáculo (¡gratuito!) de la política italiana, que en los últimos días se está adentrando en los terrenos del hardcore con la transcripción de las conversaciones telefónicas del Berlusconi y su entorno que están haciendo el Corriere y Repubblica, de donde se extrae una idea precisa de las relaciones contractuales (y sobre todo pre-contractuales) del premier -que obviamente acepta pago en especie- con una lista interminable de señoritas. Al final, a qué negarlo, uno acaba aburriéndose de estas cosas (imagínense los italianos, que llevan meses con lo mismo).

Lo digo por la estupenda oferta cultural, de la que tuve una primera muestra el pasado fin de semana en el Festival de la Literatura de la recoleta ciudad de Mantua. F. (¡bendita sea!) había sacado entradas para ir con nuestra amiga S. a ver a Salvatore Scibona, un escritor italoamericano al que yo no tenía el gusto de conocer y que presentaba su multipremiado libro. Siempre me ponen algo nervioso estos eventos porque me compadezco del pobre escritor, obligado a decir cosas inteligentes ante una audiencia de listillos, como el que escribe -no todos tienen los recursos de un Eduardo Mendoza. Algo nervioso se le veía, aunque salió bastante airoso con su simpático acento yanqui y con frases de esas que gustan a la audiencia, como lo de que "el escritor no elige los temas, los temas eligen al escritor". Más suelto le vimos luego en un taller literario, ya en inglés, en el que nos explicaba que el primer criterio al elegir una palabra ha de ser la claridad. Alguien en la audiencia le dijo que, bueno, eso es una particularidad del estilo anglosajón; una particularidad que hace que el estilo anglosajón tenga la rara virtud de entenderse casi siempre, pensé yo. Luego nos acercamos a ver a Bergonzoni, un cómico boloñés que soltó un simpatiquísimo monólogo ácrata donde, nadie es perfecto, no pudo faltar una desafortunada alusión a la fecha (era once de septiembre) y a eso de que a qué tanta conmemoración y tanto rollo cuando onceeses hay muchos, que levantó el entusiasta aplauso del respetable y que yo aproveché para ver si llevaba los cordones bien atados.

Tras una semana de cosas poco interesantes (salvo mi encuentro con Aviermen-del que hablaré, explícita o implícitamente, más adelante) y de nuevo gracias a F., que se hizo con unos pases, he podido disfrutar de los últimos días del Festival de Cine de Milán, lo que en palabras de nuestro amigo D. es la ocasión de ver películas que difícilmente serán distribuidas en la ciudad (y en versión original, asunto difícil por aquí), además de suponer una concentración de gafapastas y modelnos difícilmente igualable. El ambiente era bastante desenfadado, como corresponde a un festival pequeño, y algunas películas interesantes vimos: "El Premio", la agobiante historia de una madre y una hija que escapan de la represión política; "Wasted Youth", una película griega de esas que por algún motivo se sienten obligadas a terminar mal; "All that glitters", sobre una multinacional en Kirguistán, que quizá me gustó por ser mucho más objetiva de lo que me esperaba; y por último vimos la última de Trueba, "Chico y Rita", que a ratos me fascinó. Vimos también un puñado de cortos; quizá el que más me impresionó fue "Susya", que condensa en pocos minutos la problemática de los territorios ocupados en Palestina. El premio del festival se lo llevó "Italy:Love it or leave it", la historia de una pareja gay que recorre el país sopesando si largarse o no; no pude verla, pero probablemente ganó por ser la que mejor conectaba con los nuevos aires de la ciudad tras la victoria de Pisapia. Si quieren verla, la pusieron ayer en Rai 3.



En fin, fueron dos findes estimulantes, y no sólo por las películas. Ocasiones como éstas son valiosas porque nos permiten pensar (o acaso engañarnos con) que podemos ser civilizados y compartir las cosas que realmente valen la pena, como el cine o a la literatura. Que no es poco para ir tirando.

domingo, 11 de septiembre de 2011

+10

Ya han pasado diez años desde el 11-S y es momento de balances, o así lo parece a juzgar por los medios, que se han lanzado al tema con su entusiasmo habitual. Quizá el mejor balance que he leído del impacto de los atentados es el que hace The Economist, al que poco puedo añadir. De lo que sí puedo hacer un balance más o menos preciso es de cómo el atentado cambió mi forma de ver las cosas.

Creo que cuando vi la explosión en la Torre Sur (recuerdo haberla visto en directo, mientras estaba recogiendo en la cocina, y la cronología parece que lo confirma) fue cuando me di cuenta de que estábamos ante unas horas excepcionales, de las que saldría con muchas incertidumbres y con una sensación predominante: la de que el sistema era vulnerable. A la que siguió, acaso para mi sorpresa, otra, la que dejó una huella más honda: la de que si el sistema es vulnerable, nosotros somos vulnerables. Una sensación que quizás fue tan intensa porque entonces la experimenté por primera vez: así de joven, o de inconsciente, o de estúpido, o de afortunado era yo por entonces.

Así pues, no es de extrañar que desde entonces, mi valoración del sistema (al que podemos llamar algo más ampulosamente la democracia liberal) haya mejorado mucho. Lecturas inmediatamente posteriores, como la de Soldados de Salamina (que pese a sus trucos conservo en mi memoria como un elogio de laa democracia y un homenaje a los que han luchado por ella) o algunos eventos (esa portada de Libération) contribuyeron a afianzarla. Pero esta actitud política se basa en algo más esencial, en algo que para mí resultó inevitable tras los atentados: ante cada propuesta política, o cada evento de la política nacional o internacional, no puedo evitar preguntarme si mejora en algo el (imperfecto, pero razonable) compromiso entre libertad, seguridad y prosperidad (esto sobre todo últimamente) que el sistema nos proporciona; o si propone una solución mejor a las disyuntivas a las que nos enfrentamos (si bien uno de los asuntos más desesperantes del debate político es la incapacidad de algunos para abordarlas sistemáticamente, cuando no se dedican directamente a despacharlas con pases de pecho). Y todo ello sin perder de vista que ahí fuera hay quien estaría encantado de hacernos volver a la Edad Media.

Quizá todo esto pueda resumirse en que simplemente me he hecho mayor, o mejor, que me he hecho conservador. Puede ser. Pero también pienso que los atentados me sirvieron para valorar mejor las virtudes del sistema en el que vivimos. Y esto debería ser la tarea fundamental para un progresista, porque si no ¿cómo podemos saber si un cambio ha supuesto un progreso?

lunes, 5 de septiembre de 2011

Apuntes de un viaje por tierra y aire

Hay pocos prodigios que no pierdan su capacidad de asombro al volverse rutinarios. Pero hay días en los que por algún motivo, la rutina baja la guardia y podemos asombrarnos de nuevo. Pienso en el espectacular paisaje que pueden formar las nubes vistas desde un avión. Esta mañana pude ver cómo formaban gigantescas montañas (a veces, invertidas), vertiginosas fosas y lo que parecían ser nevados fiordos. Otras veces, parecían escamas de un lagarto blanco, o espuma flotando en el agua: entre los intersticios se divisaban las construcciones humanas y parecían la obra de una insignificante y afanosa especie que viviera en el fondo del mar.

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La lotería del viajero solitario que ve desfilar ante sí posibles candidatos para el asiento vacante a su lado, una modesta variante de la de Babilonia (que no me toque el calvo de la camisa de franela-que no me toque la monja rolliza-que no me toque el adolescente de camiseta chillona). Por la frecuencia con la que me toca compartir viaje con señoras parlanchinas que parecen salidas de una película de Almodóvar, podría pensar que está amañada. Pero fijándome bien noto que no es del todo aleatoria, que los viajeros parecemos agrupados por sexos. Me pregunto inútilmente si es algo intencionado, si algún gris programador añadió una línea de código al programa de asignación de asientos para evitar quién sabe qué.

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Ver un aterdecer desde un tren en como ver varios atardeceres, pues desde el vagón vemos cómo el sol se oculta majestuosamente entre paisajes que se alternan: una belleza deslumbrante que va probándose distintas prendas para nosotros.