martes, 21 de mayo de 2013

Salto transatlántico


Las dos diminutas señoras que se cuelan con calculada indiferencia en la gigantesca cola que se ha montado en el control de seguridad de Linate, famoso en el mundo entero por su lentitud. La señora irlandesa que engulle con resignación una pizza en la zona de embarque y me cuenta su viaje por enclaves medievales de la Europa continental y lo aburrida que ha acabado de esos dichosos monjes copistas, que muy creativos no debían de ser. El caballero africano de aristocrático porte con el que coincido en la conexión entre terminales, con sus gafas y su sombrero cilíndrico y su túnica blanca y plateada, como el vello de sus nudillos. La oronda india de clarísima piel cobriza y manos decoradas con henna que me hace preguntas sobre mi trabajo en el control de seguridad de Heathrow y que me dice que ha estado en Madrid, a lo que no sé qué contestar porque no sé si está aplicando el procedimiento estándar para averiguar si soy un terrorista o si está coqueteando conmigo. Las personas con las que coincido en el gigantesco salón de espera y que me ayudan a matar el tiempo intentando adivinar si compartirán salto transatlántico conmigo o no (acerté con una cuantas: el uso de chándal o de chanclas resulta ser un criterio bastante eficaz). El oficial de inmigración que pese a mi pasaporte me toma por italiano y me dice que su familia es de origen siciliano y que las playas de Sicilia son pésimas, no como las que hay cerca de Pisa (!)....

De todos ellos me habría olvidado ya si no los hubiera puesto aquí por escrito.