Aún a riesgo de provocar una oleada
migratoria, he de decir que ser español en Italia es un chollo. De
hecho, creo que es difícil encontrar un país que despierte aquí
una simpatía más unánime: basta poco más que decir que eres español para que
cualquier italiano, de un modo sincero y sorprendentemente ajustado al tópico, prorrumpa en elogios sobre nuestras ciudades,
nuestras playas, nuestra vida nocturna, nuestras cañas y nuestras
tapas.
Pero no sólo nos admiran por cómo nos tomamos la vida: el mito de
España como país “joven y dinámico” de la primera década del
siglo, ese que llenó de jóvenes italianos las calles de Madrid y
Barcelona, aún pervive (aunque muchos de esos jóvenes están ahora
emprendiendo el viaje de vuelta con una historia muy distinta que
contar). Tal es así que en Milán, una ciudad que se siente mucho
más fea y gris de lo que realmente es, más de una vez me han
preguntado que qué cable se me ha cruzado para instalarme aquí.
Tanto elogio es bastante llevadero
porque no cuesta corresponder con otros: por ejemplo a mí me gusta
decir a los italianos que el italiano medio es más culto, más
educado y menos propenso al griterío que su admirado español medio.
Pero hay un aspecto en el que esta reciprocidad se rompe de modo
dramático: el deporte. Porque mientras que en Italia basta decir que
eres del país de la Roja para que los italianos empiecen a cantar
loas a la selección, al Madrid, al Barça y a Mourinho (sobre todo
si hablamos con uno del Inter, que lo recuerda como a aquella primera
novia), un español honesto como yo no tiene más remedio que
reconocer ante ellos que, deportivamente hablando, les detestamos.
A los italianos esta confesión suele causarles estupor, mientras que para un español esta asimetría tiene un origen tan evidente que no
hay que esforzarse mucho en explicarla. Así, mientras que cualquiera
de mi generación guarda un recuerdo lacerante del codazo de Tassotti
a Luis Enrique en el Mundial del 94, para los italianos aquel partido
no fue muy distinto de cualquiera de los disputados en las últimas
fases finales de los grandes campeonatos internacionales. Y lo mismo
podemos decir de aquella tanda de penaltys de infarto con la que les
superamos en cuartos en 2008 (y que celebramos como si fuéramos ya
campeones del mundo): para los italianos fue simplemente una derrota
asumible ante un rival que en el fondo les caía simpático.... En
definitiva, que las enemistades deportivas italianas van por
otro lado y tienen más que ver con aquel gol de Trezeguet y con el
cabezazo que le dio Zidane al povero Materazzi, y en nada
tocan a sus admirados españoles.
Esta es más o menos la situación a
día de hoy y me he decidido a ponerla por escrito porque, quién
sabe, puede que dentro de poco sea el testimonio de un mundo que
dejó de existir. Porque como quizás mis lectores sepan, esta tarde
se juega un España-Italia y mi intuición -ya se sabe la humildad
con la que los españoles afrontamos estas citas- es que les
vamos a meter un buen meneo. Y si bien es verdad que hay ciertos mitos
como el del país “joven y dinámico” que pueden perdurar incluso
cuando ya poco tienen que ver con la realidad, creo que una victoria
contundente puede convencer a mis queridos italianos de que hemos
dejado de ser esa simpática selección que casi siempre tenía la
delicadeza de no molestar más allá de cuartos. Veremos qué pasa.
No has tenido suerte con el pronóstico, pero es que España no estaba más que calentando motores.
ResponderEliminarSí, tienes toda la razón, daba la impresión de que España estaba cogiendo de nuevo el ritmo del a competición. Aunque Italia fue más rival de lo que pensaba, gracias a tipos como Pirlo (medio scudetto de la Juve este año es suyo, por cierto...con más tiempo le habría dedicado una entrada).
ResponderEliminarY mañana hay que ganar. Por cierto que yo apuesto por Torres como titular, que creo que los irlandeses de rematadores de cabeza algo sabrán y de Negredo, no sé, como que no me fío.