domingo, 1 de mayo de 2011

Una moral (económica) provisional


Cuenta Descartes que para colocar el primer ladrillo de su sistema filosófico, el "pienso luego existo", tuvo que recorrer un largo camino cuyo punto de partida fue una sensación de que todo lo que había aprendido en sus largos años de estudio no valía para gran cosa. Esta colosal tarea de demolición y reconstrucción intelectual presentaba obstáculos importantes, así como algunos incómodos problemas prácticos porque, si nada de lo aprendido es fiable...¿cómo manejarse en la vida hasta que lleguen las anheladas certezas? Explica el filósofo que tuvo que de arreglarse con "una moral provisonal", que le prescribía, entre otras cosas, elegir las opiniones más moderadas. Esto le permitió sobrevivir hasta que terminó de dar forma a su sistema filosófico, sustentado en su famosa máxima y en el que en un par de pasos (¡ni más ni menos!) se llega a la demostrar existencia de Dios. Pero esta es otra historia.

Leer este simpático pasaje del "Discurso del Método" de Descartes me hizo pensar sobre mi actitud reciente frente a la economía. Resumamos la situación: Todo el mundo sabe (especialmente mis sesudos lectores) que estamos en medio de una crisis financiera de aúpa y muchos son los que dicen que es una crisis del Capitalismo, que debe ser "refundado" -o fundido, según algunos. Lo irónico (para mí) es que esta crisis del sistema ha llegado, precisamente, en un momento de mi vida en el que empezaba a verle el punto al Capitalismo. Como resultado, debo decir que mi desconcierto en materia económica no va a la zaga al desconcierto inicial de Descartes. Por eso, he decidido imitar su camino de demolición y reconstrucción intelectual restringiéndome, eso sí, al ámbito económico (mi tiempo y mi fuerza tienen un límite). Y tendré mi "moral provisional" (algunos saben que hace tiempo que la vengo aplicando): pensaré por defecto que los políticos están haciendo lo que buenamente pueden para que un sistema que es beneficioso para la mayoría no se derrumbre, y sólo aceptaré evidencias que muestren fuertemente lo contrario. Con esta moral me apañaré hasta que logre llegar a sólidas certidumbres que, a diferencia del filósofo francés, no perseguiré sentado al lado de una estufa, sino leyendo obras que mi olfato me indique que pueden ponerme en el camino adecuado, y aquí dejaré constancia de mis avances (si los hubiera). La primera es "Los enemigos del comercio", de Antonio Escohotado. Ni que decir tiene que acepto sugerencias de mis distinguidos lectores, cuyo buen criterio es indiscutible.

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