domingo, 30 de marzo de 2014

11-M a destiempo, diez años después

Pasan las páginas de este cuaderno y nos dan diez años desde el 11-M, como nos dieron diez años desde aquel otro once. Y marzo se nos va sin que haya dedicado unas líneas a este aniversario, así que toca hacerlo a destiempo. Aunque como dije, como verán, tiene cierto sentido que así sea.

Tiene sentido porque yo viví el 11-M a destiempo. Cuando desperté aquel once de marzo los trenes ya habían reventado: dormía hasta tarde porque, con un desparpajo notable para alguien que llevaba unas pocas semanas trabajando, había pedido un par de días libres para venir a Italia para econtrarme con F. en Milán, donde su amiga C. celebraba su licenciatura en derecho. Por entonces, ni que decir tiene, ni siquiera sospechaba que diez años después estaría escribiendo este cuaderno.

Recuerdo pocas cosas de cómo pasé aquella mañana. Recuerdo la rabia y la tristeza ante las imágenes y los testimonios por televisión. Y mi desconcierto. Recuerdo haber respondido SMSs y algunos correos de amigos del erasmus preocupados; los locales no lo estaban, porque sabían hace tiempo (antes de que me despertara) que yo estaba bien. Recuerdo haber salido a toda prisa hacia Manuel Becerra donde, al parecer, se podía donar sangre: cuando llegué no había rastro de dónde hacerlo. Recuerdo haber estado convencido de que había sido ETA; recuerdo bajar andando Alcalá (desconcertado) siguiendo el espeluznante recuento de muertos por la radio. De algún modo las horas pasaron y yo me subí a mi avión; sé que me apenaba irme, pero que me aliviaba volver a tiempo para votar. El único modo de responder a esos hijos de puta, pensaba, era votar. A saber por qué.

Estuve hasta el 14M por la mañana en Milán. De España me llegaban simplemente lejanos ecos (recordemos que entonces no teníamos todos esmarfón): la pista islamista, los posibles suicidas, las denuncias de manipulación del gobierno, las protestas callejeras frente a las sedes del PP...pero no sabía exactamente qué estaba pasando. Recuerdo, eso sí, haber hablado con un amigo de C. en su fiesta, (seguramente con algún negroni de más) de lo preocuado que estaba por la tensión que se estaba creando en España. El 14M volví a España, me reuní con mis amigos del barrio en el banco del parque de siempre y fuimos a votar con las caras largas. Recuerdo haber escuchado con alivio cómo Rajoy aceptaba su derrota electoral por televisión. No recuerdo haber experimentado alegría.

Vivir así esos días me permitió observar lo que vino después con cierta distancia: la que te da no estar cegado por la luz que inunda a los que están en el lado correcto de un relato de buenos y malos. No sé si es posible construirse ese relato, pero a mí las circunstancias me lo impidieron en su momento y después he preferido no hacerlo, porque me duele rememorar esas fechas. Y esto me permtió ver con cierta objetividad cómo se había emponzoñado la vida política española, en especial cómo esas jornadas habían sentado terriblemente mal a los que podía considerar "los míos". En este sentido, creo que algunos de los peores errores de Zapatero, allá donde se mostró más sectario, no habrían sido posibles de no haber estado todos envueltos en ese pegajoso ambiente de desconfianza mutua. Tampoco olvido a quienes contribuyeron a hacer más pegajoso ese engrudo con sus teorías (aunque ahora reconozcan, ¡admirable ejercicio de honestidad intelectual!, que en lo fundamental se equivocaron).

De esa atmósfera, por suerte, no queda demasiado: llegó el terremoto económico y, con él, nuestras preocupaciones pasaron a ser otras. Abriendo el encuadre, hay incluso quien sostiene que el 11-M no fue el inicio de nada, sino que simplemente sirvió para que se pusieran de manifiesto algunas de las peores facetas de nuestra sociedad, que vuelven a emerger constantemente (aunque, por favor, no me vengan con lo de las dos Españas, que bastante daño han hecho ya otras supuestas identidades históricas inmutables, esas terribles ficciones). No hemos vuelto a tener un atentado terrorista similar, algo por lo que no habría apostado esos días: las primeras veces sirven para demostrarnos que lo que ocurrió puede volver a ocurrir. El 11-M, incluso este décimo aniversario, hoy no sirven más que para el recuerdo, en el mejor de los casos, o para que unos cuantos suelten unas voces en twitter. Pero pasados unos días veo que todo eso se ha desvanecido. Y queda sólo la huella indeleble, constante, y profunda en aquellos que verdaderamente lo sufrieron. Los que piensan en aquel día todos los días. Fueron muchos, pero en el fondo eran pocos. Piensen si no en cuántos estamos hoy acordándonos de ellos, a destiempo. 


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