domingo, 20 de octubre de 2013

Propósito y ejecución de mis diez líneas salvajes

Tengo una memoria pésima para mis lecturas. Por ejemplo, hace poco mi hermano me dijo que andaba leyendo "El amor en los tiempos del cólera" y yo sólo acerté a decir que recordaba dos cosas: que logró conmoverme, y que en ella aparece un loro. Menudo balance.

Mi desmemoria lectora es tal que he tenido que inventarme elaboradas excusas que darme para esos momentos de desánimo en los que pienso que en verdad leo sólo por vicio. Por ejemplo, me gusta pensar que quizás las lecturas nos moldean del mismo modo que el agua da forma al caudal de un río: quizás no deje rastros evidentes, pero sí abre nuevos espacios por los que nuestros pensamientos pueden discurrir. Así, aunque pasado el tiempo no recordemos cómo acababa la pareja protagonista de Suave es la noche o seamos incapaces de reconstruir el argumento del duendecillo malvado del Discurso del Método, quizás perdure en nosotros el efecto de esas lecturas y tengamos una pizca de la profundidad psicológica de Scott Fitzgerald o del ingenio de Descartes.

Pero estas excusas me satisfacen sólo parcialmente y tampoco sirven de gran cosa cuando alguien querido me pide mi opinión sobre un libro, así que hace ya bastante tiempo decidí que debía hacer algo para intentar retener algo más de mis lecturas. Como no conozco mejor modo de fijar una idea que hacer el esfuerzo de ponerla por escrito, desde hace más de diez años (!) intento escribir diez líneas, como máximo, sobre cada libro que leo. No parecerá gran cosa, pero visto el poso que me dejó el "El Amor..." (¡para la que no escribí esas diez líneas!) creo que puedo conformarme. Además el riguroso límite de las diez líneas es últil para alguien que encuentra mucho más difícil terminar un escrito que empezarlo, como es mi caso.

Y esto he venido haciendo hasta la última novela que ha pasado por mis manos, "Los Detectives Salvajes", de Bolaño. No sé si haber escrito las diez líneas de rigor habrá servido para algo, pero al menos en este caso puedo decir que me han dado una buena excusa para escribir una página más de este cuaderno y para dejar por escrito mi agradecimiento a Aviermen y a Josepepe, que me la recomendaron. Aquí van: 


… “LOS DETECTIVES SALVAJES” de Roberto Bolaño. Leído en Milán entre Septiembre y Octubre de 2013

Bolaño te habla en la primera página del grupo del “realismo visceral” y cuando te quieres dar cuenta estás devorando páginas y compartiendo vivencias con unos jóvenes que viven y veneran las letras con un fervor radical en Mexico DF. Se cierra la frenética primera parte y seguimos a través de varios testimonios la pista de los líderes del grupo, Lima y Belano, durante décadas: esta parte deja algo desorientado al lector, quizás porque ése es el signo de una edad adulta en la que ya no tenemos ni fervores que nos guíen, pero contra la que al menos nos queda la ironía, como muestra Bolaño. Concluye la novela en el Desierto de Sonora, con el episodio que marcó la transición entre juventud y madurez -entre el frenesí y el desorden- de los realistas viscerales, y se cierra con una ventana cuyo significado quizás no entendí, ni falta que hace: es una novela única.

8 comentarios:

  1. Me ha gustado. Son muy interesantes las resonancias de LDS en 2666. Estoy actualmente tuiteando mi cuarta relectura de este monstruo con el #2666

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  2. Gracias, Daniel. 2666 es mi próximo objetivo, pero creo que esperaré un poco (pero no demasiado, no vayan a escapárseme esas resonancias). Cuando lo haga, me pasaré por ese hashtag. Un saludo.

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  3. También me recomendó empezar por Los detectives. Todavía está sin leer.

    Tengo la suerte de haber viajado bastante, de conocer algunos sitios dignos de conocerse, lugares y gentes (aunque con éstas no hay problema) dignos de recordarse… Y se me olvidan. Le comentaba a nuestro amigo que me estaba planteando, en serio, llevar un pequeño diario. Hasta que me paso por el blog de CC, veo como en cuatro líneas llenas de ternura cuenta la vida de Miguelito (el tonto del pueblo), y se me quitan las ganas.

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  4. Ya me estás tardando en leer la sentencia de Estrasburgo. También puedes hacer como el 98% de los periodistas españoles: opinar igual sin leerla.

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  5. Pierre Bayard, en "Cómo hablar de libros que uno no ha leído", se pregunta si un libro que uno ha leído y ha olvidado que ha leído sigue siendo un libro que uno ha leído.

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  6. S.: Por mucho que lea uno para escribir tan bien como CC hace falta talento. Le tengo perdida la vista: lo buscaré. Para escribir, a secas, basta el impulso.

    La sentencia de Estrasburgo no me la pienso leer porque hace tiempo leí esto de Tse y no me dejó lugar a dudas:

    http://www.jotdown.es/2013/03/tsevan-rabtan-es-la-doctrina-parot-ilegal/

    Josepepe: tengo mala memoria lectora pero recordaba haber leído eso de Bayard en algún sitio

    http://caminodesantiago.canalblog.com/archives/2013/06/16/27399928.html#comments

    La pregunta quedó entonces en el aire. Lo que digo en la entrada es mi respuesta: creo que de lo leído siempre queda algo (una afirmación, en el fondo, de lo más materialista).

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  7. "Le tengo perdida la vista": es que si yo no duermo mis diez horas...

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  8. Sí, al librito de Bayard "no le tengo perdido la vista". Para hablar de libros que no ha leído, Bayard se apoya en los libros que sí ha leído, y en otros que se inventará, porque los libros, dice, sirven para hablar de sí mismo, como hacía Montaigne, el de la pregunta aquélla. Viva el diario de S y la multiplicación de las diez líneas, o sea.

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