El primero nos lleva al inicio de la
temporada. Recordemos que el Madrid empezó flojeando, con algunos
jugadores quizás excesivamente relajados tras el esfuerzo de la Liga de los
cien puntos frente aquel Barça de Guardiola, un rodillo no tanto por
el manido tikitaka sino por su modo de presionar en campo contrario y
del que Messi, el jugador donde más cerca han estado de aunarse el
talento de Maradona y la tozudez de Raúl, era la quintaesencia. En
lugar de poner a los mismos once cabrones cada domingo, como diría
Toshack, Mourinho (¡inaudita actitud!) fue sentando en el banquillo
a pesos pesados que encontraba sobrados de kilos: Ramos, Di Maria,
Cristiano. La tensión crecía en el vestuario, a decir de la prensa
deportiva y de las sorprendentemente detalladas crónicas de
vestuario de Diego Torres, a quien casi podíamos imaginar escuchando
los diálogos de las duchas del Bernabéu con el arrobo del calvo de
La Vida de los Otros. Mourinho sabía que el Madrid no es la RDA y por eso sospechaba que había un topo en el
equipo, y el famoso comentario de la Carbonero sobre el mal ambiente
en la plantilla acabó de convencerle de que la información
confidencial fluía por el canal más evidente. Así pues, decidió
sentar en el banquillo al capitán, que tampoco andaba fino, por
motivos predominantemente extradeportivos: para Mou, había dejado de
ser fiable.
Pero Casillas volvió a la titularidad,
y eso pudo recomponer el ambiente del equipo. Es difícil saber lo
que pasó: si Mou consideró suficiente el toque disciplinario o si
encontró que Adán no estaba a la altura. Mi conjetura es que de seguir así
podríamos haber acabado la temporada de modo más o menos exitoso.
Pero todo se fue al garete con la lesión de Casillas, que obligó a
fichar a un portero solvente y que condenó al capitán a la
suplencia para el resto de la temporada. Ahora había motivos
deportivos, porque López se manejó con gran solvencia y cambiarlo
en abril no parecía la mejor idea del mundo, pero pesaban aún los
extradeportivos: Mou no podía resistirse a la tentación de llevar
la contraria a la prensa deportiva de Madrid (prensa de cromos, como
vemos cada verano), que no tragaba su radical independencia y que con la suplencia de Casillas estaba
desaforada. Esa suplencia fue la perturbación que marcó los dos
tropiezos que acabaron de estropear la temporada. Y para explicar por
qué, he de dar mi segundo salto en el tiempo.
Mi segundo salto en el tiempo es a la
primera temporada de Mourinho, el día del 5-0 contra el Barcelona.
El Madrid había empezado como una locomotora gracias a la mayor virtud de Mou: su
capacidad para crear tensión (¡la famosa tensión competitiva!) en
el equipo. Pero toda tensión implica un equilibrio inestable y esa
noche los jugadores, de tensos, salieron al campo bloqueados y
recibieron un sopapo que sólo nos sacudiríamos varios meses después
con aquel apolíneo gol de cabeza de Cristiano, gol que supuso el
primer trofeo del Madrid de Mourinho. Esa victoria creó un nuevo
equilibrio, pero se trataba de un equilibrio positivo que nos llevó a ganar una Liga
frenética y a rozar con los dedos la décima, que siempre pensaré
que se nos escapó con aquel penalty fallado por Kakà (la cumbre de
su incompetente carrera en el Madrid). Pero al estar edificado sobre la misma tensión, era de nuevo un equilibrio inestable; mi hipótesis es que la suplencia de Casillas (con todo lo que la rodeó) bastó para sacarnos de él. Un par de fluctuaciones estocásticas más, que
mandaron al palo sendos tiros de Özil (dos goles que habrían podido
cambiarlo todo) hicieron el resto: tropezamos contra el Dortmund y
contra el Atlético.
Y así se cierra la temporada y, con
ella, la etapa de Mou en el Madrid. Mou ha sido un entrenador que ha
cometido errores, como aquel dedazo a Vilanova (aunque nuestro lado
gamberro se descojonara cuando le llamó Pito) o sus excesivas
críticas a los árbitros. Pero ha sido lo más parecido a un
entrenador meritocrático y racional que recuerdo en el Madrid, capaz de lograr una regularidad en el juego del equipo (piensen en Pellegrini, en Luxemburgo, en Queiroz) que parecía imposible. Y nos
ha dejado una enseñanza clara: acabar con los vicios del equipo pasa
por enfrentarse con la prensa deportiva. Por eso yo, como Florentino, quería que
siguiera. Pero se va, dejando un equipo con una columna vertebral
sólida pero con jugadores convencidos de que no hay entrenador cuya autoridad no puedan doblegar. Una peligrosa herencia que
requerirá mucha mano izquierda. Es quizás por eso por lo que Florentino parece haber decidido buscar sustituto en tierra de papables y
(naturalmente) de maquiavelos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario