domingo, 2 de junio de 2013

De equilibrio inestable en equilibrio inestable: un balance mourinhista

Yo sostengo que todo se jodió en enero, con la lesión de Casillas. Para explicarlo he de hablar de tensiones y equilibrios inestables, y para eso debo dar un par de saltos atrás en el tiempo.

El primero nos lleva al inicio de la temporada. Recordemos que el Madrid empezó flojeando, con algunos jugadores quizás excesivamente relajados tras el esfuerzo de la Liga de los cien puntos frente aquel Barça de Guardiola, un rodillo no tanto por el manido tikitaka sino por su modo de presionar en campo contrario y del que Messi, el jugador donde más cerca han estado de aunarse el talento de Maradona y la tozudez de Raúl, era la quintaesencia. En lugar de poner a los mismos once cabrones cada domingo, como diría Toshack, Mourinho (¡inaudita actitud!) fue sentando en el banquillo a pesos pesados que encontraba sobrados de kilos: Ramos, Di Maria, Cristiano. La tensión crecía en el vestuario, a decir de la prensa deportiva y de las sorprendentemente detalladas crónicas de vestuario de Diego Torres, a quien casi podíamos imaginar escuchando los diálogos de las duchas del Bernabéu con el arrobo del calvo de La Vida de los Otros. Mourinho sabía que el Madrid no es la RDA y por eso sospechaba que había un topo en el equipo, y el famoso comentario de la Carbonero sobre el mal ambiente en la plantilla acabó de convencerle de que la información confidencial fluía por el canal más evidente. Así pues, decidió sentar en el banquillo al capitán, que tampoco andaba fino, por motivos predominantemente extradeportivos: para Mou, había dejado de ser fiable.

Pero Casillas volvió a la titularidad, y eso pudo recomponer el ambiente del equipo. Es difícil saber lo que pasó: si Mou consideró suficiente el toque disciplinario o si encontró que Adán no estaba a la altura. Mi conjetura es que de seguir así podríamos haber acabado la temporada de modo más o menos exitoso. Pero todo se fue al garete con la lesión de Casillas, que obligó a fichar a un portero solvente y que condenó al capitán a la suplencia para el resto de la temporada. Ahora había motivos deportivos, porque López se manejó con gran solvencia y cambiarlo en abril no parecía la mejor idea del mundo, pero pesaban aún los extradeportivos: Mou no podía resistirse a la tentación de llevar la contraria a la prensa deportiva de Madrid (prensa de cromos, como vemos cada verano), que no tragaba su radical independencia y que con la suplencia de Casillas estaba desaforada. Esa suplencia fue la perturbación que marcó los dos tropiezos que acabaron de estropear la temporada. Y para explicar por qué, he de dar mi segundo salto en el tiempo.

Mi segundo salto en el tiempo es a la primera temporada de Mourinho, el día del 5-0 contra el Barcelona. El Madrid había empezado como una locomotora gracias a la mayor virtud de Mou: su capacidad para crear tensión (¡la famosa tensión competitiva!) en el equipo. Pero toda tensión implica un equilibrio inestable y esa noche los jugadores, de tensos, salieron al campo bloqueados y recibieron un sopapo que sólo nos sacudiríamos varios meses después con aquel apolíneo gol de cabeza de Cristiano, gol que supuso el primer trofeo del Madrid de Mourinho. Esa victoria creó un nuevo equilibrio, pero se trataba de un equilibrio positivo que nos llevó a ganar una Liga frenética y a rozar con los dedos la décima, que siempre pensaré que se nos escapó con aquel penalty fallado por Kakà (la cumbre de su incompetente carrera en el Madrid). Pero al estar edificado sobre la misma tensión, era de nuevo un equilibrio inestable; mi hipótesis es que la suplencia de Casillas (con todo lo que la rodeó) bastó para sacarnos de él. Un par de fluctuaciones estocásticas más, que mandaron al palo sendos tiros de Özil (dos goles que habrían podido cambiarlo todo) hicieron el resto: tropezamos contra el Dortmund y contra el Atlético.

Y así se cierra la temporada y, con ella, la etapa de Mou en el Madrid. Mou ha sido un entrenador que ha cometido errores, como aquel dedazo a Vilanova (aunque nuestro lado gamberro se descojonara cuando le llamó Pito) o sus excesivas críticas a los árbitros. Pero ha sido lo más parecido a un entrenador meritocrático y racional que recuerdo en el Madrid, capaz de lograr una regularidad en el juego del equipo (piensen en Pellegrini, en Luxemburgo, en Queiroz) que parecía imposible. Y nos ha dejado una enseñanza clara: acabar con los vicios del equipo pasa por enfrentarse con la prensa deportiva. Por eso yo, como Florentino, quería que siguiera. Pero se va, dejando un equipo con una columna vertebral sólida pero con jugadores convencidos de que no hay entrenador cuya autoridad no puedan doblegar. Una peligrosa herencia que requerirá mucha mano izquierda. Es quizás por eso por lo que Florentino parece haber decidido buscar sustituto en tierra de papables y (naturalmente) de maquiavelos.

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