lunes, 18 de febrero de 2013

Despedida de Don Fabrizio

Me sucede últimamente que termino un libro y, si me ha gustado mucho, me paso una temporada sin abrir otro. Son estos silencios lectores una especie de luto, y no sólo porque la experiencia de encontrar un libro capaz de entusiasmarme sea cada vez más rara (que también): en realidad son un esfuerzo por preservar los recuerdos que el libro me ha dejado de la erosión que les causaría el torrente de una nueva lectura, un intento -en definitiva-  de retrasar la tenaz labor de la desmemoria. Pues eso es exactamente lo que me ha pasado con Il Gattopardo. Cerré el libro de Tomasi di Lampedusa hace unas semanas y no he vuelto a abrir otro, entre otras cosas porque no quiero que se difumine la sensación de estar en compañía de la familia del Gatopardo, los Salina, capaz de mantenerse incólume aunque al otro lado de los muros de su villa aceche la apabullante naturaleza siciliana, o unos tipos con camisa roja que están cambiando el mundo (en algo así debió consistir ser un aristócrata). Tampoco quiero olvidar el agudo relato lampedusiano de cómo Sicilia pasó a formar parte del nuevo Reino de Italia, apenas unos trazos que nos recuerdan que cualquier gran evento histórico encierra una complejidad que es difícil de abarcar, aunque los libros de Historia nos creen la ilusión de lo contrario. Y, sobre todo, no quiero olvidar la imagen que la novela nos deja de su protagonista, Don Fabrizio, El Gatopardo. Con su temperamento bonachón, pero enérgico y autoritario y algo golfo (quizás obligado por su posición); con su ironía (que es la ironía de su autor) y, sobre todo, con su visión desapasionada y racional del mundo, un mundo de pasiones menores que en el fondo le aburre y que sólo puede ofrecerle placeres efímeros, no como la astronomía y matemáticas con las que atisba bellezas eternas. Un personaje inolvidable, en suma, con una mezcla de cualidades levemente contradictorias, que es lo que se requiere para lograr algo tan difícil como que sea verosímil y además tenga encanto.

Pero hace falta algo más para que una novela logre la altura de Il Gattopardo. Hay quien sostiene que la novela de Tomasi di Lampedusa es una novela sobre la muerte, porque Don Fabrizio empieza a ser verdaderamente consciente de que su tiempo se acaba cuando constata que el mundo avanza sin su permiso y que no le deja más opciones que adaptarse a él: quizás por tratar magistralmente un tema tan universal esta obra, pese a ser relativamente reciente, es considerada un clásico. Pero yo creo que la novela encierra un tema aún más cálido, más humano y por ello aún más universal si cabe. Algo que está cifrado en la mirada que Burt Lancaster, interpretando a Don Fabrizio, dedica a Alain Delon, quien encarna al ambicioso sobrino Tancredi, de quien oímos por primera vez la frase más famosa de la novela. Una mirada por la que perdonamos a Visconti que eligiera a un yanqui para interpretar a un príncipe siciliano y que por sí sola justifica la adaptación cinematográfica, la mirada que un padre cualquiera dedicaría a su hijo aunque ese hijo no sea verdaderamente suyo (y de esto di Lampedusa, padre adoptivo, debía saber un rato), una mirada con la que el príncipe Don Fabrizio dice a su sobrino: "aquí te dejo el mundo, hijo mío, yo ya me estoy yendo de él: en tus manos queda, y es justo que así sea". Echaré de menos esa mirada del Gatopardo.






6 comentarios:

  1. Me apunto la recomendación.

    Aunque, traducido, siempre se pierde algo.

    ResponderEliminar
  2. Bueno, tú sabes que yo me lo he leído en italiano porque me ha obligado la profe. Yo creo que en el paso al español no se perderá mucho, que para eso somos primos hermanos. De hecho he leído algunos fragmentos traducidos en este texto de Javier Marías, gran admirador de la novela, pero lo mismo los ha traducido él (contiene spoilers, pero aquí lo dejo para cuando te despidas de Don Fabrizio):

    http://elpais.com/diario/2011/03/12/babelia/1299892342_850215.html

    Por cierto que ahora estoy usando la otra técnica habitual para retrasar el meterme en otra novela, que es leerme un ensayito. Es uno de Félix Ovejero que me compré contigo para ver si me resocialdemocratizaba un poco. Ya te contaré si lo consigue.

    ResponderEliminar
  3. A mí también me gusta bastante la técnica del intercalado, de hecho, también vale para retrasar meterte en otro ensayo.

    Muchas gracias por la referencias de Marías, las guardo también.

    ResponderEliminar
  4. Hay una novela que permite pasar de una novela a otra novela sin saltarse la lectura de un ensayo, porque trae el ensayo incorporado. Me refiero al 'Diario de un mal año', de JM Coetzee. Y no que es sea una novela ensayística, o un ensayo novelado, un híbrido de esos de los que hay a porrillo, no. Se trata de un librito que trae en la parte alta de sus páginas un ensayo, que su autor llama Strong Opinions, y en la parte baja una novela con intriga y desenlace, que su autor llamaría 'El Señor y la Segretaria' (sic).

    Por Coetzee siento una forma aguda de veneración, así que no me corto a la hora de recomendarlo.

    ResponderEliminar
  5. Los 2x1 siempre se agradecen, y más ahora con la crisis. Me apunto la recomendación, como siempre, si bien tendrá que esperar su turno tras Bolaño y Carrère. Por cierto que Coetzee hablaban ayer en EP

    http://elpais.com/elpais/2013/02/28/opinion/1362078369_787293.html

    Con mi afición por las lecturas-con-las-que-discrepar, no sé si empezar con "Las vidas de los animales".

    ResponderEliminar
  6. Elizabeth Costello es un gran libro, también (y a mí me pueden dar las tantas alabando a Coetzee). Y doña Eli es ciertamente una pelma entrañable.

    ResponderEliminar