sábado, 3 de marzo de 2012

La ficción y yo

...adolecía de falta absoluta de experiencia de la vida...siempre fue poco comunicativo y no leyó nunca novelas.
Stendhal.

Me está pasando eso que algunos dicen que pasa con los años: cada vez me cuesta más engancharme a las novelas. O mejor: últimamente (y lo digo entusiasmado por el inicio de The Blank Slate de Pinker) disfruto mucho más con los ensayos. Paralelamente, he advertido que mi interés por el cine está también decayendo, o sea que usaremos la palabra de nuestro tiempo y diré que para mí la ficción está claramente en crisis. Y me parece una mala noticia, porque recuerdo haber disfrutado mucho leyendo novelas y viendo películas y no está la vida como para andar perdiendo goces o para que éstos se vuelvan más infrecuentes. Pero el proceso parece imparable.

El caso es que creo haber entendido los motivos. Hace tiempo que creo que lo fundamental para que una ficción nos atrape -esté ésta ambientada en la actualidad o hace mucho tiempo en una galaxia muy, muy lejana- es que sus integrantes respeten ciertas reglas (paradójicamente) no escritas sobre el comportamiento humano. El respeto a estas reglas afecta tanto a la verosimilitud del argumento como a nuestra capacidad de creernos a los personajes. Estas reglas probablemente las vamos elaborando poco a poco a fuerza de observar lo que ocurre a nuestro alrededor, ya saben, el espectáculo de las pasiones humanas: nos da igual que el Halcón Milenario haga un improbable estruendo al dar sus no menos improbables saltos a la velocidad de la Luz, pero nos resultaría intolerablemente inverosímil que Luke no se turbara al saber que Leia es su hermana. Con los años vamos refinando nuestro personal conjunto de reglas y, paralelamente, vamos creyendo (justificadamente o no) que nuestras reglas son las buenas, porque nos sirven para entender algo mejor los comportamientos de los que nos rodean. De modo que no es extraño nos volvamos gradualmente intolerantes con las ficciones que no las respetan, y así el número de las que logran pasar nuestros filtros de verosimilitud decrezca paulatinamente.

Por supuesto, un escritor de talento es capaz de llevar las reglas al límite y lograr que la cosa funcione. Hace no mucho Josepepe señalaba con su gracia y concisión habituales que en “Los Enamoramientos” de Marías el argumento no acababa de cuadrar, pese a que historias similares pero más inverosímiles (propias del Almodóvar actual) podían encontrarse en la prensa. En este caso hemos de decir que estamos ante una ocasión perdida por el escritor, máxime cuando él mismo fue capaz de hacerme tolerable durante muchas (muchísimas) páginas la existencia de una división del MI5 encargada de hacer predicciones sobre personas basadas en el escrutinio de sus rostros...

Pero insisto, todo lo anterior se refiere a lo que necesita una ficción para atraparme, para poder alcanzar ese gozoso ensimismamiento tras el que uno, al salir del cine, podía decir aquello de “me he metido en la película”, y que se ha vuelto tan infrecuente. Por suerte, creo que aún me queda la capacidad de disfrutar con otros elementos de una ficción: lo que nos enseña su decorado histórico, político o social, con una descripción precisa de un sentimiento o de una idea, con una reflexión acertada sobre lo que se está contando, con las muestras de ingenio o con una sabia administración de la ironía. Pero son estos placeres de un orden inferior. Quizá añorar lo otro, ese modo total de disfrutar con una novela o con una película, no sea más que añorar la infancia y la capacidad de sentir un escalofrío cuando aquel tipo vestido de plástico negro (con la voz de Constantino Romero) le dijo al héroe aquello de: “yo soy tu padre”.

6 comentarios:

  1. Claro que sí. Y también es una paradoja que la no ficción tenga que valerse de algunos trucos de la ficción para ser creíble e incluso inteligible.

    (Esa acuidad visual: no se mira así, como hace el niño, después de los 33. Y sólo le salta el corazón a uno cuando lee y vuelve a leer La isla del tesoro.)

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  2. Después de escribir lo anterior, descubro en su lista de blogs que AE está escribiendo una serie que llama Taquicardias de Italia...

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  3. Me alegra que haya llegado a la entrada, Josepepe, porque en cierto modo nace de un comentario que quise hacer en su blog y no hice. Es también cierta la paradoja que señala, de Platón a Russell no hay nada como un buen narrador para la no ficción.

    Pese a todo no he perdido la esperanza de encontrar algún saltito del corazón aquí y allá. Por ejemplo, capaz soy de leer a mis años (confesión poco cultureta, pero qué le vamos a hacer) por vez primera la Isla del Tesoro, si usted dice que ahí es posible encontrar algo parecido. Y esta noche iré a ver The Artist, con la certeza de que no me la estropeará el doblaje.

    En efecto Arcadi anda por aquí y el muy desagradecido no me ha llamado para invitarme a comer ni nada, con toda la publicidad que le hago en mi blog...

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  4. Gran entrada. Cada uno tiene sus motivos. El proceso parece, ciertamente, "imparable"; en mi caso también, pero desconozco los motivos. Eso sí que es grave.

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  5. Gracias, Don Pachi. Y sí, imagino que cada uno tendrá sus motivos. Hasta que encuentre los suyos le presto mi teoría, que -no se deje engañar por mi falsa modestia- tiene vocación de universalidad.

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  6. Creo que es una inevitable consecuencia de la edad.. ya hemos visto y leído tanto, que nos cuesta creernos las cosas y dejarnos llevar. Pero también le echo la culpa a las novelas mal escritas y previsibles, que nos quitan poco a poco la ilusión y las ganas de leer.
    Por otro lado, acabo de empezar Las correcciones de Franzen y ya estoy atrapada en la historia... Lo único que deseo ahora mismo es un jardín donde sentarme a leer..

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