Acumular cuadernos empezados quizás pueda ser considerado como un síntoma positivo, como el efecto de una mente en ebullición que concibe mil proyectos y que simplemente anda falta de tiempo para desarrollarlos. Los que los acumulamos, sin embargo, sabemos que no es así. En la mayoría de los casos cada uno de esos cuadernos, con su transición entre las páginas iniciales escritas con rigor declinante y esas páginas finales inmaculadas, son un perfecto resumen de cómo el entusiasmo inicial por una idea, que quizás no era tan buena, se acabó apagando para dejar lugar al (¡perfectísimo!) vacío de la página en blanco. Tarde o temprano entonces nos cansamos de encontrarnos una y otra vez con un recordatorio de nuestro pequeño fracaso, y es el momento de abrir el cuaderno por última vez, releer brevemente lo escrito, cerrarlo y bajarlo al trastero.
Algo así pasa con este cuaderno. Lo abrí hace ya más de seis años, quizás por una inercia escritora que provenía de mis intercambios de email febriles (y fieros) con amigos y de mi participación en distintos blogs, en particular en el de Arcadi Espada y en el posterior Nickjournal. Lo hice también para poner por escrito mis reflexiones y perplejidades sobre mi nueva vida en Milán, adonde llegué por uno de esos afortunados accidentes que tiene la vida. Y un poco también, como cualquiera que escribe y opina sobre el mundo que le rodea, para cambiar el rumbo de la Historia.
Y así han ido pasando los años por este cuaderno, cuyas páginas hemos ido llegando con esfuerzo (eso no cambia). La Historia, para mi sorpresa, ha seguido su impredecible curso ajena a mis posts, como muestra que a mi admirado Obama le haya sucedido un crazy orange guy o que Francia tenga ahora a un presidente ilustrado por el que no habría apostado ni harto de grappa. Sobre las posibilidades de cambiar el curso de la Historia, además, había quedado ya bastante desengañado por tuíster, donde acabé de entender que mis campanudeces al final sólo interesaban a mis amigos (menudo descubrimiento). Por lo demás, cada día soy más milanés y empieza a sorprenderme más lo que pasa en España que lo que pasa aquí. Todo ello, en definitiva, debió contribuir a que abriera este cuaderno cada vez menos con menos frecuencia. Pero aún quedaría quizás algo de entusiasmo y sobre todo de tiempo para seguir escribiendo este cuaderno, si no fuera porque hace poco llegó Emma...
... una joya que, empiezo a saber por experiencia, me va a tener bastante ocupado los próximos años. Así que quizás sea ésta una buena excusa para cerrar de una vez este cuaderno, que quedará como el reflejo de algunas de las cosas que se me pasaron por la cabeza estos años inolvidables (algunas de las cuales, releyéndolas ahora, me sorprenden hasta a mí).
Antes de cerrarlo, quiero dar las gracias a todos los que pasaron por aquí. En particular a unos cuantos, como a Josepepe, que lee y ha leído todo lo que yo querría leer y que además siempre encontraba tiempo para leer y comentar con agudeza este blog. A aviermen, con el que he polemizado menos de lo que me gustaría estos años (¡habría sido mejor aún con Nacho de por medio!), pero espero arreglarlo pronto. A S., el socialdemócrata sabio y con yate al que nos gustaría parecernos de mayores. A maigr3t, que entró a menudo con ganas de guasa y siempre me dejó una sonrisa. Y a Albert y Manuel, lectores asiduos y atentos. Es una buena ocasión también para agradecer a otros a los que he leído asiduamente y de los que he aprendido desde los tiempos del blog de Arcadi Espada, y que sospecho que pasaban también de vez en cuando por aquí: Tsevanrabtan, Qtyop, Montano, Mercutio, Schultz, Bartleby... Son gente a la que merece la pena seguir de cerca, y seguramente me dejo a otros: quien quiera una lista de recomendaciones, que vea a quién sigo en mi cuenta campanuda de twitter.
Y ahora sí, cierro el cuaderno. Conociéndome, no excluyo volver a las andadas en el futuro. Aunque eso sí, para evitar ponerme otra vez demasiado campanudo, es posible que me obligue a poner la jeta.