jueves, 28 de febrero de 2013

Elecciones italianas (IV): posibilidades después del "tsunami"

Si hubiera dejado por escrito mi pronóstico para las elecciones, como era mi intención tras el cierre de la campaña electoral, no habría dado ni una (no les sorprenderá). Nunca habría pensado que la coalición electoral berlusconiana habría disputado la mayoría al PD, mucho menos en el Congreso. Tampoco me habría jugado un euro a que Grillo superaría el 20 %, ni siquiera tras ver su demostración de poderío el pasado viernes en Piazza San Giovanni (foto). Ni por asomo habría podido prever (ah, el wishful thinking)  que la política de responsabilidad del PD en los últimos meses habría costado tantos votos a Bersani. Y si hubiera hecho un pronóstico hace un mes difícilmente habría dado a Monti un mísero 10 %. Mis pronósticos han fallado estrepitosamente y el resultado, a mi pesar, es una Italia ingobernable. Pero también veo que estos desastrosos resultados abren algunas posibilidades que pueden resultar interesantes, al menos para mí, personalmente. Para explicarlo, permítanme una disgresión.

Aunque esto de opinar sobre política (sí, amigos) no sea más que un hobby, como para otros lo son la filatelia y la colombofilia, hace tiempo que creo que sólo merece la pena hacerlo con un mínimo de seriedad: el que marca tener en cuenta verdaderamente qué ocurriría si el propio criterio se impusiera en la realidad. Creo que es un buen modo de acercarse con algo de honestidad intelectual a estos asuntos, y de obligarse a abarcar en lo posible todas las dimensiones de un determinado problema. Esta premisa puede parecer trivial por universal, pero creo que no lo es tanto, es más: sospecho que la mayoría no se la aplica ni de lejos, y tengo varias razones para creerlo, que paso a citar mientras esquivo los tomatazos. Por ejemplo, conozco de primerísima mano a alguien que se dedicó a opinar bastante tiempo saltándose en lo esencial esta premisa: yo mismo. Por otro lado, creo haber leído a suficientes sabios como para captar la particular consistencia que adquiere una opinión cuando su autor ha considerado con seriedad los diversos ángulos de aquello sobre lo que opina, y mi impresión es que la mayoría de las opiniones que circulan por ahí son de otra pasta. Y, sobre todo, creo que la mayoría se salta esta premisa porque hacerlo tiene el premio gordo de evitar una verdad de lo más incómida: que existen asuntos en los que sólo es posible un mal menor, o un compromiso imperfecto entre nuestros valores. Vivir de espaldas a esta verdad debe de resultar tan reconfortante como la fe para los religiosos;  así, por poner un par de ejemplos recientes, uno puede indignarse a fondo porque un terrorista ultra haya colaborado con la policía tras su condena, obviando que quizás casos así sean el peaje que paga una sociedad que aspira a la reinserción de sus presos, o puede darse el gusto de pedir que rueden cabezas por los deshaucios que afectan a tantas familias humildes, sin considerar que quizás prohibirlos podría tener consecuencias aún más funestas para otros más humildes aún. Ya, ya sé que mi punto de vista tiene un punto arrogante, que puede ser simplemente una rebuscada excusa para el conservadurismo, o para ser indulgente con ciertas injusticias. Es posible. Pero en estos tiempos de incertidumbre, en el que problemas enormes atenazan Europa, pocas cosas me gustarían más que participar en la gran fiesta de los que nos explican a voces que serían capaces de resolverlos con su varita mágica, con un puñado de ideas simplonas pero seductoras porque son intuitivas a primera vista, una fiesta que tuvo su momento álgido en España el 15-M. Pero, ay, lamentablemente la música que suena en su guateque no me convence.

Todo esto viene a cuento del "tsunami" italiano, de la irrupción del Movimiento Cinco Estrellas de Grillo. Aunque me consta que hay motivaciones de todo tipo tras esos votos (el infantil voto de protesta, ya se sabe), muchos han votado a Grillo porque realmente creen que sus recetas son válidas, como seguramente lo creen los miembros del Movimiento Cinco Estrellas que en unos días se sentarán en el Congreso y el Senado italianos (quizás los representantes que más se parecen a sus representados). Se abrirán entonces varias posibilidades. Una es que Bersani y Berlusconi lleguen a un acuerdo de mínimos muy mínimos que deje a i grillini fuera del juego político y por ello de las responsabilidades, aunque veo difícil que Italia pudiera aguantar mucho tiempo así: en ese caso habría pronto nuevas elecciones y muy posiblemente en ellas los Cinco Estrellas se harían con el poder. Otra posibilidad es que empiecen a participar en la toma de decisiones. Y ahí será interesante ver si los muchachos del Movimiento Cinco Estrellas me dan la razón y corrigen sus propuestas más descabelladas, al descubrir que éstas sólo pueden funcionar en la particular realidad que dibuja el cómico genovés en sus monólogos. También es posible que logren imponer el grueso de su disparatada agenda más o menos intacta. Entonces creo que asistiríamos al desastre, o en el mejor de los casos a su rápido hundimiento político. Pero no descarto estar totalmente equivocado, así que también es posible que los hechos me demuestren que esas ideas que me parecían demasiado simplonas (quizás por ser intuitivas) realmente son capaces de resolver los graves problemas de Italia y de Europa. Entonces se me caerá la venda de los ojos, reconoceré que estoy equivocado y sin duda me uniré con gusto a esa fiesta cuya música nos lleva dando la tabarra desde hace tanto tiempo, la fiesta de los que saben cómo arreglar el mundo.

lunes, 18 de febrero de 2013

Despedida de Don Fabrizio

Me sucede últimamente que termino un libro y, si me ha gustado mucho, me paso una temporada sin abrir otro. Son estos silencios lectores una especie de luto, y no sólo porque la experiencia de encontrar un libro capaz de entusiasmarme sea cada vez más rara (que también): en realidad son un esfuerzo por preservar los recuerdos que el libro me ha dejado de la erosión que les causaría el torrente de una nueva lectura, un intento -en definitiva-  de retrasar la tenaz labor de la desmemoria. Pues eso es exactamente lo que me ha pasado con Il Gattopardo. Cerré el libro de Tomasi di Lampedusa hace unas semanas y no he vuelto a abrir otro, entre otras cosas porque no quiero que se difumine la sensación de estar en compañía de la familia del Gatopardo, los Salina, capaz de mantenerse incólume aunque al otro lado de los muros de su villa aceche la apabullante naturaleza siciliana, o unos tipos con camisa roja que están cambiando el mundo (en algo así debió consistir ser un aristócrata). Tampoco quiero olvidar el agudo relato lampedusiano de cómo Sicilia pasó a formar parte del nuevo Reino de Italia, apenas unos trazos que nos recuerdan que cualquier gran evento histórico encierra una complejidad que es difícil de abarcar, aunque los libros de Historia nos creen la ilusión de lo contrario. Y, sobre todo, no quiero olvidar la imagen que la novela nos deja de su protagonista, Don Fabrizio, El Gatopardo. Con su temperamento bonachón, pero enérgico y autoritario y algo golfo (quizás obligado por su posición); con su ironía (que es la ironía de su autor) y, sobre todo, con su visión desapasionada y racional del mundo, un mundo de pasiones menores que en el fondo le aburre y que sólo puede ofrecerle placeres efímeros, no como la astronomía y matemáticas con las que atisba bellezas eternas. Un personaje inolvidable, en suma, con una mezcla de cualidades levemente contradictorias, que es lo que se requiere para lograr algo tan difícil como que sea verosímil y además tenga encanto.

Pero hace falta algo más para que una novela logre la altura de Il Gattopardo. Hay quien sostiene que la novela de Tomasi di Lampedusa es una novela sobre la muerte, porque Don Fabrizio empieza a ser verdaderamente consciente de que su tiempo se acaba cuando constata que el mundo avanza sin su permiso y que no le deja más opciones que adaptarse a él: quizás por tratar magistralmente un tema tan universal esta obra, pese a ser relativamente reciente, es considerada un clásico. Pero yo creo que la novela encierra un tema aún más cálido, más humano y por ello aún más universal si cabe. Algo que está cifrado en la mirada que Burt Lancaster, interpretando a Don Fabrizio, dedica a Alain Delon, quien encarna al ambicioso sobrino Tancredi, de quien oímos por primera vez la frase más famosa de la novela. Una mirada por la que perdonamos a Visconti que eligiera a un yanqui para interpretar a un príncipe siciliano y que por sí sola justifica la adaptación cinematográfica, la mirada que un padre cualquiera dedicaría a su hijo aunque ese hijo no sea verdaderamente suyo (y de esto di Lampedusa, padre adoptivo, debía saber un rato), una mirada con la que el príncipe Don Fabrizio dice a su sobrino: "aquí te dejo el mundo, hijo mío, yo ya me estoy yendo de él: en tus manos queda, y es justo que así sea". Echaré de menos esa mirada del Gatopardo.






domingo, 3 de febrero de 2013

Elecciones italianas (III): Diciendo lo que algunos habrían querido escuchar a Rajoy

Ah, si palabras como estas hubieran salido de la boca de Rajoy ayer ...

"...Sin embargo sentimos que con todo lo que ha pasado y está pasando es necesario algo más. Es necesario, cómo decirlo, un acto de sutura, un acto de acercamiento, un acto que rehaga las costuras civiles, un acto de paz del Estado y del Fisco hacia nuestras familias; diría un acto simbólico, pero concretísimo, que abra una página nueva, que vuelva a dar la confianza de los ciudadanos en el Estado. Que consienta, es decir, instaurar una nueva relación entre el Estado y sus ciudadanos. Algo que he escrito aquí, después de habérmelo pensado, de haber pensado en lo que es verdaderamente necesario para nuestro país, un acto que permita un nuevo inicio..."

Pero no fue así, para decepción de muchos. Estas palabras, capaces de llenar a cualquier organismo sensible de una democrática emoción regeneradora,  son las que ha utilizado Berlusconi para hacer un anuncio de gran calado: que la primera medida de su gobierno sería devolver el importe del impuesto sobre la primera vivienda pagado en 2012. Un impuesto similar a otro que él mismo abolió hace años para cumplir con una promesa electoral de última hora, ocurrencia que (en opinión de muchos) le dio su última victoria electoral. Un impuesto que naturalmente Monti tuvo que reestablecer de urgencia para evitar el colapso de las deterioradas cuentas públicas italianas.

"...vuestros aplausos, vuestra standing ovation, demuestran que habéis entendido bien..."

Claro, don Berlusconi. Hace tiempo que le entiendo perfectamente. Pero yo escribo con un pie aquí y otro en España, y no puedo evitar preguntarme si  quienes echaron de menos afirmaciones tan campanudas como las suyas ayer, en la comparecencia de nuestro gris presidente del Gobierno, saben realmente lo que desean.

sábado, 2 de febrero de 2013

Desafiando mi infalibilidad con Rajoy

Cuando abrí este blog pensaba encabezarlo con una estupenda frase que Orwell soltaba de pasada en uno de sus artículos "As I please". El caso es que no la recordaba literalmente y, por pereza, no la busqué. Sin embargo el otro día, siguiendo un enlace de un amigo a una vieja entrada en su blog, me encontré en los comentarios  con unas predicciones que hice sobre el gobierno de Zapatero allá por 2010 que resultaron estrepitosamente desacertadas, y me animé a buscarla de nuevo;  la frase explica por sí sola el porqué: "One way of feeling infallible is not to keep a diary". Era la frase ideal para encabezar este blog, porque sabía que cada entrada, ante todo, se convertiría con el tiempo en un desafío al sentimiento de infalibilidad que es fácil experimentar cuando sólo registramos nuestras opiniones en un material tan maleable como nuestra memoria; es una condena, sí, pero también es un acicate para intentar escribir con rigor, que es el único modo en el que vale la pena hacerlo. Veremos cómo trata el tiempo a lo que voy a escribir a continuación.

Dos días después, intolerablemente tarde para los que creen que los gobiernos deberían actuar siguiendo los trending topics, habló Rajoy sobre los presuntos sobres de Bárcenas. El asunto es bien conocido: El País había publicado unos supuestos documentos del ex-tesorero del PP, de los que se deducía que el partido había recibido sumas de dinero de diversas fuentes, que en la mayoría de los casos supondrían financiación ilegal, y lo que es igualmente grave: que ese dinero había sido distribuido en forma de sobres (de dinero negro) a varios dirigentes del partido, incluido el propio Rajoy.

Pues bien, hoy Rajoy ha dicho que todo esto es falso. Por supuesto, la palabra de Rajoy no basta, pero no había mucho más que el presidente del gobierno pudiera decir. Personalmente yo no sé qué creer, la verdad. Por un lado, no me fío ni un pelo de un partido cuyo tesorero, una figura que no es precisamente la del conserje,  estuvo mandando centenares de miles de euros a una cuenta secreta en Suiza durante muchos años. Y es difícil imaginarse a alguien inventándose una contabilidad falsa del Partido Popular. Pero por otro lado Rajoy me ha parecido convencido de sus afirmaciones (creo que hoy ha batido su récord negativo de tics por minuto en una comparecencia). Y hay algo en lo que estoy de acuerdo con él: todo está por probar. Ha anunciado medidas y ha concretado sólo unas pocas, como la de mostrar sus declaraciones de la renta, que por sí solas no sirven para demostrar si recibió pasta en negro (por definición), pero que complementadas con su declaración de patrimonio algo de información darán. Parece que ya ha habido una auditoría interna, pero esto me parece insuficiente: este asunto sólo podrá aclararse a través de una investigación judicial, que apuesto a que se abrirá en breve (lo contrario me parecería muy grave). En ella presumiblemente participarán unos tíos especializados en delitos financieros, que seguramente saben cómo detectar los movimientos de dinero negro mucho mejor que todos los que estamos opinando desaforadamente sobre este tema, y que se dedicarán a analizar la veracidad de los documentos que publicó El País. Sólo cuando sepamos si esos documentos son verdaderos podremos saber si el Partido Popular ha delinquido y pedir dimisiones y demás, porque para mí está claro que de ser cierto todo esto el presidente debería dimitir y convocar elecciones. Hasta entonces, como ocurre en los países civilizados, habrá que respetar la presunción de inocencia y la acción de la Justicia. Que es lo que seguramente haremos la mayoría porque, en contra de lo que podamos creer, el Pueblo no es Twitter.